DE ORO
En
nuestras tierras, existen seis aves de extraordinaria belleza, como ya he
comentado en
otras ocasiones, a las que se les denomina coralinas, supongo que por la
similitud al gran colorido que tienen los peces que pueblan esos mares
tropicales de las barreras de coral.
Son: el
Abejaruco, Martín pescador, Carraca , la Abubilla por su exótica forma, Treparriscos y la
Oropéndola
A la
Oropéndola, según las regiones, los campesinos la han denominado: Papahigos,
por su afición a alimentarse con ellos; Doroteo, por su canto; Y Oriol,
por su color. Y su nombre científico, Oriolus
oriolus, proviene del latín aurum
“dorado” “ave de oro”.
Oro – péndola, que nombre más
descriptivo. Oro por su color y péndola por su técnica para confeccionar los nidos, pendidos en las
orquillas.
Nido de 1980 perfectamente cosido con fibras. |
Es un
ave del orden de las paseriformes, de mediano tamaño, semejante a un Mirlo
común, con las alas y cola negras como él pero con dos toques amarillos, y el cuerpo
rabiosamente dorado, impresionantemente dorado.
Nido colgado en la fina rama de un chopo. |
El pico
fuerte y agudo de un tono rosado oscuro y las patas casi negras, algo grises o
quizá azuladas como los reflejos de la pizarra.
Tras un largo vuelo desde África Central,
donde pasa el invierno, alcanza nuestra península en primavera. Sus alas puntiagudas, como característica habitual de
las grandes voladoras, le permiten
realizar su larguísima migración, prácticamente sin escalas;
extraordinario.
Todos
los años, en abril o Mayo, espero con ilusión su llegada.
Al poco
de amanecer, sus cantos, silbantes y aflautados me despiertan en mi litera,
junto al ojo de buey que tengo como ventana junto a mi cabeza.
Tomo los
prismáticos y no tardo en descubrir sus cuerpos dorados, destellantes al
iluminarlas algún rayo de sol, inquietas entre la fronda, en lo más alto.
Su cuerpo dorado se destaca de la fronda. |
Este año he
plantado dos cerezos y también una
morera para alimentarlas. Así espero que su fruta las atraiga y las pueda
contemplar más de cerca en años venideros.
Al volar
de un árbol a otro, lo hacen con un movimiento ondulante y muy rápido. En
ocasiones, al contraluz, las confundo con el Pito picapinos que me visita, pero
la diferencia está en que sus ondas en el cielo son más suaves.
Nido construido sobre un pino carrasco. |
Aún solo
son machos. Cantan por que esperan la llegada de las hembras a las que les preceden
algunos días. Posiblemente por que ellos son más fuertes para el descomunal
trayecto.
Pero
siempre están muy altas y me resulta difícil acercarme hasta ellas para
fotografiarlas con todo su esplendor.
Suelo
apostarme cerca de los árboles donde acuden a comer fruta, pero aún no he
tenido la ocasión de conseguir esa foto que llevo en mente; es cuestión de
paciencia y mucha suerte, me digo; algún día lo lograré.
Una
semana después aparecen las hembras, menos llamativas, son más verdosas.
Pronto
comienzan las persecuciones de cortejo para emparejarse y cuando lo consigan
serán fieles. La pareja irán junta a todas partes, inseparables.
Luego,
las hembras buscan fibras para la confección de sus aéreos nidos, colgados,
mientras los machos las acompañan cantando.
* * * * *
1980
Era por
la tarde, cuando Luis y yo regresamos cerca de la orilla del río. Veníamos de
hacer un reportaje sobre el también coralino Martín pescador, cuando
descubrimos una hembra de oropéndola, a pocos metros, que ascendía
verticalmente del lecho del río hasta una rama saliente de un chopo, a nuestra
altura.
Inmóviles, la observamos en su esmerado trabajo, pues no nos había
visto, medio ocultos por las hojas del árbol. No tardó mucho en marcharse.
Rápidamente buscamos un escondite más alejado, desde donde pudiéramos
ver como confeccionaba el nido, aprovechando nuestra magnífica posición, al
encontrarnos ya a seis metros más altos que la base de aquel chopo.
Nos
habíamos escondido bajo unos arbustos y añadiendo nuestras telas de camuflaje,
ahora estábamos completamente ocultos. Colocamos los trípodes y sujetamos a
ellos los prismáticos con los soportes, y
enfocando hacia aquella horquilla donde apreciamos algunas fibras
enredadas, esperamos.
¡Que
pena al no disponer de un buen tele, que nos diera un plano aceptable, o mejor
aún, una cámara de cine!
Intuía
que íbamos a ser testigos de algo insólito, la confección del nido. Por lo
menos y hasta entonces, aún no habíamos visto ningún reportaje sobre ello.
Inmóviles, en silencio absoluto, esperamos el regreso del ave,
desaparecidos a cualquier animal que no fuera capaz olernos.
Nuevamente surgió el ave de abajo hacia arriba como si fuera un misil.
Venía lanzada muchos metros antes de algún picado entre la fronda, con esa
habilidad tan practicada con sus obligadas evoluciones en las espesas frondas
de las selvas en centro de África.
Como antes, traía en el pico otra larga fibra. Pinzada con su aguda herramienta, fue cosiéndola entre las otras fibras, como si fuera una experta modista.La clavaba
traspasando las fibras ya instaladas, para cogerla por el otro lado y tirar de
ella lo justo. Así la enrollaba y cosía sobre una horquilla horizontal, casi al
extremo de aquella flexible rama que se escapaba del tronco, con difícil
acceso.
A los
pocos minutos, quedaba el ave dentro de su obra, formando una elaborada cesta,
que cubría desde su obispillo hasta la base de su cuello.
El aire
movía la rama y el nido daba una apariencia de catapulta.
Ya
quedaba poca luz, y decidimos escapar de nuestro escondite y regresar a casa,
aprovechando uno de los viajes de aquella hembra, para proveerse de otra nueva
fibra que diera forma y afianzara aún más el nido a la flexible rama.
Contentos, marchábamos por la senda, casi ya a oscuras, comentando nuestra suerte y soñando con lo fácil que lo tendríamos esta vez, para obtener un reportaje sobre esta hermosísima ave.Al
siguiente fin de semana, desde lejos, buscamos con los prismáticos el nido,
pero descubrimos algo que nos dejó perplejos y desilusionados.
Las
hojas de la rama habían crecido tanto, que vencieron la posición de la rama
donde se encontraba en nido, quedando ahora este completamente inclinado,
inútil para alojar los huevos.
Las
oropéndolas habían abandonado por ello nuestro sueño, nuestra oportunidad.
¡Que
pena!
Muy
enfadados por nuestra mala suerte, conscientes que jamás se nos presentaría una
oportunidad como aquella, decidimos localizar su nuevo nido, pero sin resultado
alguno. Así que esperaríamos a la siguiente temporada, por si entonces
tuviéramos mejor suerte.
Pero
pasaron tres años sin encontrar un nido y cuando lo descubrimos esta vez estaba
muy alto. Los chopos eran muy grandes y su fronda quedaba muy alta.
Cansados de buscar en otras zonas sin resultados positivos, decidimos
montar una torre de once metros, que nos situara al nivel del nido, con los
consiguientes inconvenientes que ello supondría: adquisición de los tramos
necesarios, traslado hasta el lugar, instalación segura y algo muy importante,
la consiguiente molestia que supondría a las aves, aceptar aquel postizo en la
fronda.
Torre de 11 m para alcanzar la visualización del nido en la alta fronda. |
Esto
último nos obligaba a estudiar un plan lo más inocuo posible. Así que esperamos
la máxima querencia al nido, una vez nacidos los pollos, para ir montando día a
día y poco a poco los tramos de la torre y culminándola con un hide, nuestro
escondite de madera, para que no lo moviera el viento, desde donde las
observaríamos. También añadimos unos falsos objetivos, con el fin de que se
acostumbraran en su momento los auténticos y no recelaran.
Tres
días después, de quedar montado el escondite, trepamos por los once metros de
la torre y comenzamos nuestro trabajo.
El nido
estaba a seis metros, pero este ya no tenía las cualidades de aquel que
observamos tres año antes. Ahora estaba formado con fibras y trozos de plástico
que encontraban en el campo, abandonados por el hombre en el campo y en el río . Parecía un basurero, reflejo exacto de nuestra mala educación, de nuestra incipiente cultura de campo.
Pronto
entraron los padres a alimentar a los pollos, y pudimos descubrir al levantarse
que eran tres hambrientos, cubiertos con incipientes cañones, donde se
generaban las plumas. Estaba claro que había sido un éxito nuestro montaje,
al haberlo realizado poco a poco, a tramos y sin prisa dando tiempo a que las
aves no recelaran del nuevo árbol.
Traían
larvas, saltamontes, chicharras…., pero estaba claro que no era fruta, se
trataba más bien de proteínas.
El
viento mecía el nido y también la torre, dificultándonos el enfoque con nuestros
modestos objetivos, y la fronda nos ocultaba esa luz que hubiera hecho
resplandecer las plumas doradas del precioso macho.
Conseguimos algunas fotos mediocres, pero lo más importante fue observar
de tú a tú, con detalle, el comportamiento en esa fase de reproducción, tan
oculta para la mirada del hombre, en su aventura de la vida.
Dos
semanas de su nacimiento, los pollos comenzaron a abandonar el ajustado nido
para los tres y esperaban a los padres en las ramas junto a él.
En
Septiembre, con la llegada del otoño, regresarán a los cuarteles de invierno,
hacia el Sur, miles de kilómetros de nuestras tierras.
¡Buen
viaje!
Han pasado muchos años y aún no hemos tenido la suerte de tropezarnos
con esa ocasión que nos permitiera conseguir la foto que llevamos en mente.
Algún día la conseguiremos y os la mostraré en este mismo artículo. Aunque me
gustaría que vosotros mismos, también tuvierais la suerte y el placer, como yo,
de contemplarlas en el campo, en la fronda de los bosques de galería de
nuestros humedales y ríos.
Suerte
para la temporada que viene, y no os dejéis los prismáticos, vale la pena
cargar con ellos.
Fotografías del autor.
Manolo Ambou Terrádez
Gran y paciente trabajo, me gusta y es muy bueno concienciar a la gente sobre el cuidado que debemos de tener con la naturaleza. Las fotos muy buenas. Saludos.
ResponderEliminarTe felicito nuevamente.
ResponderEliminarGracias por enseñarnos lo que sabes. un abrazo
Muy bueno el atículo y bien documentado. Es asombroso ver como los "animalitos se van adaptando a las circunstancias". Hasta el nido lo van haciendo de plástico, igual que los humanos con los "pisos de última generación".
ResponderEliminarEl recurso de la "torre"...¡Muy bien!.Felicidades.J.L. Duran.
Estupendo artículo Manolo, cada vez que leo un artículo tuyo se renueva mi interés por la naturaleza. !!Gracias!!
ResponderEliminarJorge Stuyck
A éstas les tengo ganas yo también pero el tema de la altura siempre es un problema, quizás algún día me decida a hacer alpinismo de altura, lo máximo que he levantado han sido 2 alturas y el hide y cuando sopla algo de aire, a pesar de los vientos,se mueve y dificulta la faena. Buen trabajo.
ResponderEliminarposdata: te voy a tener que enviar mis fotos para que hagas tú las entradas de mi blog, tengo un montón y no encuentro el rato.
Gracias por tu trabajo y tú relato.
ResponderEliminarMuy lindo.
Yo vivo en las afueras de San Pedro Sula, en Honduras. En una comunidad llamada Armenta.
No pocas veces me he puesto a regañar (casi pelear) con algunos muchachos, y algunos mayores, que matan a estas bellas aves por "deporte"? Usando resorteras, que aquí les llaman hondas y chilinchates en otras regiones.
Les pido prestada la honda, haciéndoles pensar que yo también quiero participar en la caza. Una vez en mis manos, pongo la piedra y les apunto a Ellos
Después de la sorpresa, les digo que se imaginen ser uno de esos pájaros, que canten felices mientras yo les dejo ir una pedrada.
Algunos me putean, pero también consigo llegar a la conciencia de otros.
Efectivamente: e ocasiones hay que darle la vuelta para que se conciencien. Un saludo.
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