jueves, 20 de septiembre de 2012

OROPÉNDOLA (Oriolus oriolus)


        UN AVE 
        DE ORO

   En nuestras tierras, existen seis aves de extraordinaria belleza, como ya he
 comentado en otras ocasiones, a las que se les denomina coralinas, supongo que por la similitud al gran colorido que tienen los peces que pueblan esos mares tropicales de las barreras de coral.
   Son: el Abejaruco, Martín pescador, Carraca , la Abubilla por su exótica forma, Treparriscos y la Oropéndola
   A la Oropéndola, según las regiones, los campesinos la han denominado: Papahigos, por su afición a alimentarse con ellos; Doroteo, por su canto; Y Oriol, por su color. Y su nombre científico, Oriolus oriolus, proviene del latín aurum “dorado” “ave de oro”.
   Oro – péndola, que nombre más descriptivo. Oro por su color y péndola por su  técnica para confeccionar los nidos, pendidos en las orquillas.

Nido de 1980 perfectamente cosido con fibras.
   
Es un ave del orden de las paseriformes, de mediano tamaño, semejante a un Mirlo común, con las alas y cola negras como él pero con dos toques amarillos, y el cuerpo rabiosamente dorado, impresionantemente dorado.

Nido colgado en la fina rama de un chopo.
   
El pico fuerte y agudo de un tono rosado oscuro y las patas casi negras, algo grises o quizá azuladas como los reflejos de la pizarra.
   Tras un largo vuelo desde África Central, donde pasa el invierno,  alcanza nuestra península en primavera.  Sus alas puntiagudas, como característica habitual de las grandes voladoras, le permiten  realizar su larguísima migración, prácticamente sin escalas; extraordinario.
   Todos los años, en abril o Mayo, espero con ilusión su llegada.

   Al poco de amanecer, sus cantos, silbantes y aflautados me despiertan en mi litera, junto al ojo de buey que tengo como ventana junto a mi cabeza.
   Tomo los prismáticos y no tardo en descubrir sus cuerpos dorados, destellantes al iluminarlas algún rayo de sol, inquietas entre la fronda, en lo más alto.
  
Su cuerpo dorado se destaca de la fronda.

Se están alimentando de insectos que encuentran entre las jóvenes hojas, pues aún no han madurado los pocos cerezos y moreras que ahora quedan por aquí. Con el monocultivo del naranjo, están desapareciendo los demás frutales de primavera y verano, ocasionando un desequilibrio natural mucho más importante de lo que pensamos, que afecta a multitud de especies de nuestra fauna.
 Este año he plantado dos  cerezos y también una morera para alimentarlas. Así espero que su fruta las atraiga y las pueda contemplar más de cerca en años venideros.
   Al volar de un árbol a otro, lo hacen con un movimiento ondulante y muy rápido. En ocasiones, al contraluz, las confundo con el Pito picapinos que me visita, pero la diferencia está en que sus ondas en el cielo son más suaves.

Nido construido sobre un pino carrasco.
   
Aún solo son machos. Cantan por que esperan la llegada de las hembras a las que les preceden algunos días. Posiblemente por que ellos son más fuertes para el descomunal trayecto.
   Pero siempre están muy altas y me resulta difícil acercarme hasta ellas para fotografiarlas con todo su esplendor.
   Suelo apostarme cerca de los árboles donde acuden a comer fruta, pero aún no he tenido la ocasión de conseguir esa foto que llevo en mente; es cuestión de paciencia y mucha suerte, me digo; algún día lo lograré.
   Una semana después aparecen las hembras, menos llamativas, son más verdosas.
   Pronto comienzan las persecuciones de cortejo para emparejarse y cuando lo consigan serán fieles. La pareja irán junta a todas partes, inseparables.
   Luego, las hembras buscan fibras para la confección de sus aéreos nidos, colgados, mientras los machos las acompañan cantando.
            * * * * *            

                    1980
   Era por la tarde, cuando Luis y yo regresamos cerca de la orilla del río. Veníamos de hacer un reportaje sobre el también coralino Martín pescador, cuando descubrimos una hembra de oropéndola, a pocos metros, que ascendía verticalmente del lecho del río hasta una rama saliente de un chopo, a nuestra altura.
   Inmóviles, la observamos en su esmerado trabajo, pues no nos había visto, medio ocultos por las hojas del árbol. No tardó mucho en marcharse.
   Rápidamente buscamos un escondite más alejado, desde donde pudiéramos ver como confeccionaba el nido, aprovechando nuestra magnífica posición, al encontrarnos ya a seis metros más altos que la base de aquel chopo.
   Nos habíamos escondido bajo unos arbustos y añadiendo nuestras telas de camuflaje, ahora estábamos completamente ocultos. Colocamos los trípodes y sujetamos a ellos los prismáticos con los soportes, y  enfocando hacia aquella horquilla donde apreciamos algunas fibras enredadas, esperamos.
  
Hembra incuba sobre nuevo nido tres años después.

¡Que pena al no disponer de un buen tele, que nos diera un plano aceptable, o mejor aún, una cámara de cine!
   Intuía que íbamos a ser testigos de algo insólito, la confección del nido. Por lo menos y hasta entonces, aún no habíamos visto ningún reportaje sobre ello.
   Inmóviles, en silencio absoluto, esperamos el regreso del ave, desaparecidos a cualquier animal que no fuera capaz olernos.
   Nuevamente surgió el ave de abajo hacia arriba como si fuera un misil. Venía lanzada muchos metros antes de algún picado entre la fronda, con esa habilidad tan practicada con sus obligadas evoluciones en las espesas frondas de las selvas en centro de África.
Como antes, traía en el pico otra larga fibra. Pinzada con su aguda herramienta, fue cosiéndola entre las otras fibras, como si fuera una experta modista.
 
Hembra atiende a los tres insaciables pollos.

La clavaba traspasando las fibras ya instaladas, para cogerla por el otro lado y tirar de ella lo justo. Así la enrollaba y cosía sobre una horquilla horizontal, casi al extremo de aquella flexible rama que se escapaba del tronco, con difícil acceso.
   A los pocos minutos, quedaba el ave dentro de su obra, formando una elaborada cesta, que cubría desde su obispillo hasta la base de su cuello.
   El aire movía la rama y el nido daba una apariencia de catapulta.
   Ya quedaba poca luz, y decidimos escapar de nuestro escondite y regresar a casa, aprovechando uno de los viajes de aquella hembra, para proveerse de otra nueva fibra que diera forma y afianzara aún más el nido a la flexible rama.
   Contentos, marchábamos por la senda, casi ya a oscuras, comentando nuestra suerte y soñando con lo fácil que lo tendríamos esta vez, para obtener un reportaje sobre esta hermosísima ave.

Oropéndola joven de solo un mes.
     
Al siguiente fin de semana, desde lejos, buscamos con los prismáticos el nido, pero descubrimos algo que nos dejó perplejos y desilusionados.
   Las hojas de la rama habían crecido tanto, que vencieron la posición de la rama donde se encontraba en nido, quedando ahora este completamente inclinado, inútil para alojar los huevos.
   Las oropéndolas habían abandonado por ello nuestro sueño, nuestra oportunidad.
   ¡Que pena!
   Muy enfadados por nuestra mala suerte, conscientes que jamás se nos presentaría una oportunidad como aquella, decidimos localizar su nuevo nido, pero sin resultado alguno. Así que esperaríamos a la siguiente temporada, por si entonces tuviéramos mejor suerte.
   Pero pasaron tres años sin encontrar un nido y cuando lo descubrimos esta vez estaba muy alto. Los chopos eran muy grandes y su fronda quedaba muy alta.
    Cansados de buscar en otras zonas sin resultados positivos, decidimos montar una torre de once metros, que nos situara al nivel del nido, con los consiguientes inconvenientes que ello supondría: adquisición de los tramos necesarios, traslado hasta el lugar, instalación segura y algo muy importante, la consiguiente molestia que supondría a las aves, aceptar aquel postizo en la fronda.

Torre de 11 m para alcanzar la visualización del nido en la alta fronda.
   
Esto último nos obligaba a estudiar un plan lo más inocuo posible. Así que esperamos la máxima querencia al nido, una vez nacidos los pollos, para ir montando día a día y poco a poco los tramos de la torre y culminándola con un hide, nuestro escondite de madera, para que no lo moviera el viento, desde donde las observaríamos. También añadimos unos falsos objetivos, con el fin de que se acostumbraran en su momento los auténticos y no recelaran.
   Tres días después, de quedar montado el escondite, trepamos por los once metros de la torre y comenzamos nuestro trabajo.
  
Oropéndola macho y nido confeccionado con la suciedad del hombre.

El nido estaba a seis metros, pero este ya no tenía las cualidades de aquel que observamos tres año antes. Ahora estaba formado con fibras y trozos de plástico que encontraban en el campo, abandonados por el hombre en el campo y en el río . Parecía un basurero, reflejo exacto de nuestra mala educación, de nuestra incipiente cultura de campo.
   Pronto entraron los padres a alimentar a los pollos, y pudimos descubrir al levantarse que eran tres hambrientos, cubiertos con incipientes cañones, donde se generaban las plumas. Estaba claro que había sido un éxito nuestro montaje, al haberlo realizado poco a poco, a tramos y sin prisa dando tiempo a que las aves no recelaran del nuevo árbol.
 
Hembra ceba con saltamontes.
  
Traían larvas, saltamontes, chicharras…., pero estaba claro que no era fruta, se trataba más bien de proteínas.
   El viento mecía el nido y también la torre, dificultándonos el enfoque con nuestros modestos objetivos, y la fronda nos ocultaba esa luz que hubiera hecho resplandecer las plumas doradas del precioso macho.
  
Ceba con cigarra.

Conseguimos algunas fotos mediocres, pero lo más importante fue observar de tú a tú, con detalle, el comportamiento en esa fase de reproducción, tan oculta para la mirada del hombre, en su aventura de la vida.
   Dos semanas de su nacimiento, los pollos comenzaron a abandonar el ajustado nido para los tres y esperaban a los padres en las ramas junto a él.

Los pollos comenzaron a abandonar el ajustado nido.
   
En Septiembre, con la llegada del otoño, regresarán a los cuarteles de invierno, hacia el Sur, miles de kilómetros de nuestras tierras.
   ¡Buen viaje!
    Han pasado muchos años y aún no hemos tenido la suerte de tropezarnos con esa ocasión que nos permitiera conseguir la foto que llevamos en mente. Algún día la conseguiremos y os la mostraré en este mismo artículo. Aunque me gustaría que vosotros mismos, también tuvierais la suerte y el placer, como yo, de contemplarlas en el campo, en la fronda de los bosques de galería de nuestros humedales y ríos.
   Suerte para la temporada que viene, y no os dejéis los prismáticos, vale la pena cargar con ellos.

Fotografías del autor.

Manolo Ambou Terrádez

7 comentarios:

  1. Gran y paciente trabajo, me gusta y es muy bueno concienciar a la gente sobre el cuidado que debemos de tener con la naturaleza. Las fotos muy buenas. Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Te felicito nuevamente.
    Gracias por enseñarnos lo que sabes. un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Muy bueno el atículo y bien documentado. Es asombroso ver como los "animalitos se van adaptando a las circunstancias". Hasta el nido lo van haciendo de plástico, igual que los humanos con los "pisos de última generación".
    El recurso de la "torre"...¡Muy bien!.Felicidades.J.L. Duran.

    ResponderEliminar
  4. Estupendo artículo Manolo, cada vez que leo un artículo tuyo se renueva mi interés por la naturaleza. !!Gracias!!
    Jorge Stuyck

    ResponderEliminar
  5. A éstas les tengo ganas yo también pero el tema de la altura siempre es un problema, quizás algún día me decida a hacer alpinismo de altura, lo máximo que he levantado han sido 2 alturas y el hide y cuando sopla algo de aire, a pesar de los vientos,se mueve y dificulta la faena. Buen trabajo.
    posdata: te voy a tener que enviar mis fotos para que hagas tú las entradas de mi blog, tengo un montón y no encuentro el rato.

    ResponderEliminar
  6. Gracias por tu trabajo y tú relato.
    Muy lindo.
    Yo vivo en las afueras de San Pedro Sula, en Honduras. En una comunidad llamada Armenta.
    No pocas veces me he puesto a regañar (casi pelear) con algunos muchachos, y algunos mayores, que matan a estas bellas aves por "deporte"? Usando resorteras, que aquí les llaman hondas y chilinchates en otras regiones.

    Les pido prestada la honda, haciéndoles pensar que yo también quiero participar en la caza. Una vez en mis manos, pongo la piedra y les apunto a Ellos

    Después de la sorpresa, les digo que se imaginen ser uno de esos pájaros, que canten felices mientras yo les dejo ir una pedrada.

    Algunos me putean, pero también consigo llegar a la conciencia de otros.

    ResponderEliminar
  7. Efectivamente: e ocasiones hay que darle la vuelta para que se conciencien. Un saludo.

    ResponderEliminar