lunes, 18 de noviembre de 2019

CASTILLO DE COCA

 UN CASTILLO MUDEJAR


   Cuando viajo por España y me dirijo al Norte de este variopinto país, quizá buscando su frescura, su buen comer, tras visitar Segovia rumbo a León, Ponferrada o Santiago de Compostela como más nombrados, al atravesar aquellas llanuras de Castilla y León, no puedo pasar sin acercarme a la villa de Coca para admirar su fantástico baluarte, su preciado Monumento Nacional.
   

   
   
   Innumerables castillos dan nombre a estas tierras cargadas de historia. Sobrias fortalezas se protegían del enemigo de turno con inexpugnables paredes y altivas torres del homenaje, como siempre había conocido en los cuentos, en el cine, en las historias o en mis viajes por Europa, pero la visión que me ofreció el castillo de Coca fue diferente.
  

No era de proporciones altivas y aspecto fantasmagórico, ni tampoco estaba asentado sobre un relieve dominante, más bien parecía una preciosa tarta de cumpleaños en mitad de aquella meseta junto a la villa del mismo nombre, realizada por un artesano pastelero con buen gusto. Un hermoso regalo para aquel lugar de austero paisaje, que siempre lo celebrará.

   
Perfectamente defendido por su foso y doble muralla, su acceso se realiza por un puente defensivo y en su segunda obstáculo por una puerta rejada que da al patio de armas.
  
   El secreto está en los materiales para su construcción, sin olvidar del buen gusto del alarife (maestro de obras) que lo diseñó y lo construyó, pues está realizado mayormente con ladrillo y mortero como material de unión, dominados hábilmente por los constructores sevillanos.
  









 
   La explicación de esta construcción entre edificios de piedra comunes en Castilla y León, está dada por la influencia de sus dueños, ya que la petición de su construcción al rey Juan II de Castilla partió de Alfonso de Fonseca y Ulloa, obispo de Ávila y arzobispo de Sevilla en 1453, que cede los derechos de la villa a su hermano Fernando en 1460. A su muerte, tres años después, pasa a manos de su hijo y sobrino de Alfonso de Fonseca y Avellaneda que inicia la proyectada obra en 1473 y la termina veinte años después en 1493.
  
  Desde ese momento se convierte en residencia palaciega, donde se celebrarán grandes fiestas, con la asistencia de importantes personajes de la época destacando al cardenal francés Jean Jouffroi, que trató de conseguir el matrimonio de la infanta Isabel (después  reina Isabel la Católica) con el duque de Berry de Guyena, hermano de Luis XI de Francia.
  


 
   El mudejarismo triunfa aquí en este castillo con una grandeza y fantasía notables. Canutillos, esquinillas, espigas, lacerías… y otras muchas combinaciones del ladrillo se confabulan para dar a la fábrica un movimiento, una gracia y un color insuperables.
   Así que ante nosotros tendremos uno de los mejores exponentes de la arquitectura gótico-mudéjar española, que nunca olvidaremos.

Fotografías del autor 


Manolo Ambou Terradez

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