jueves, 13 de enero de 2022

PIGARGO

UNA INMENSA AVE


Mi fascinación por las rapaces llamó mi atención, cuando en una visita a la Isla de los Pájaros, situada junto al Cabo Norte, muy cerca de la isla Magerola en Noruega, pude observar desde nuestra embarcación, una enorme rapaz que volaba por aquellos fríos cielos, destacándose entre todas las demás por su tamaño y su color marrón, controlando a las miles de aves que en aquel momento anidaban en la Reserva Natural. Era un pigargo.


Colonia de alcatraces. Detrás las siluetas de dos pigargos.

En aquella ocasión, no iba preparado para fotografiar estas aves marinas que anidan en la costa, pues mi objetivo desde aquella embarcación era la de avistar cachalotes.


La conocía por los libros y reportajes, pero hasta entonces no había tenido un avistamiento de esta especie.

La oportunidad apareció años después, cuando realizamos un estupendo viaje a Polonia con varios compañeros fotógrafos de Naturhide, con la intención clave, fotografiar al bisonte europeo.

 

Seguramente, en aquellos helados bosques, también
tendríamos la posibilidad de ver pigargos,  entre otras especies carroñeras. Era probable que acudirían atraídos por las cebas para lobos que nos habían preparado unos
naturalistas expertos. Y así fué. 



Era aún de noche. El suelo helado crujía bajo nuestras pisadas en la noche, iluminados por las linternas frontales. Con riguroso silencio nos aposentamos en el hide, suficientemente arropados para soportar aquel duro clima y nuestra inmovilidad, que seguramente se prolongaría durante algunas horas.


Los lobos aullaron. Nos quedamos inmóviles, manteníamos la respiración, conscientes de que nos podrían detectar. Esperamos con paciencia poderlos avistar al amanecer, pero debieron entrar por sotavento y al ventearnos detectaron nuestra presencia y se debieron ir.

Es el problema de intentar fotografía desde hides a los mamíferos, pues ellos huelen y las aves no.



Comenzaba a amanecer. Flotaba algo de niebla. La luz era muy pobre, escasa, como corresponde a estas tierras del norte. Una generosa estufa de gas calentaba un poco nuestras espaldas.

Frente a nosotros, en el bosque de blancos abedules, 
descubrimos las figuras de unas enormes aves posadas en sus ramas, debían ser pigargos. Estupendo: Ninguno de nosotros los habíamos fotografiado aún. 
Estas aves carroñeras conocían las cebas que frecuentemente se realizaban para los lobos. Cuando el viento alertaba en sus hocicos de la presencia humana ya no se acercaban, y entonces era la ocasión para los pigargos, que aprovechaban a sus anchas el festín.Y así fué.



Aquellas aves, cuando se cambiaban de posadero, con sus
enormes alas provocaban gran estruendo en las ramas. Impacientes, esperábamos que la tímida luz del amanecer nos permitiera fotografiarlas y especialmente, en su espectacular vuelo. Añorábamos aquella luz de España. Nos tocaba subir los Iso casi a tope,  para poder fotografiar aquella fauna, que aparecía como auténticos fantasmas.



Por fin se decidieron y un pigargo más atrevido  desfiló con su pesado vuelo ante nosotros, y comenzaron los seguimientos con los objetivos y los disparos de las cámaras que estaban heladas como nuestros manos y rostros, pues aquellas instalaciones no disponían de cristales como en España. No podían permitirse poner cristales espías de espejo, a causa de la escasa luz, pues hubieran restado casi dos diafragmas o velocidades a los equipos fotográficos.



Ahora los tenía ante mí. Eran monstruosos, o eso me parecía.
Las hembras debían tener unos dos metros y medio de envergadura. Solo conocía en mis viajes por la Patagonia a otras aves voladoras con mayores:  el cóndor y el albatros errante que alcanza casi los cuatro metros.



Los pigargos tenían las alas muy amplias, las patas amarillas
con enormes garras, una cabeza grande donde destacaba un gran pico amarillo, que como una poderosa cizalla cortaría  su presa de escama, de pluma o de pelo con extraordinaria eficacia. Alguna que otra rapaz menor hambrienta, como el ratonero calzado, acudió a los restos con la esperanza de que aquellos gigantes hubieran desechado algo.


Al fondo del claro el bosque de abedules.


La luz seguía escasa, el rostro y los dedos helados, pero a pesar de todo las cámaras emitían su traqueteo con ráfagas, esperando capturar la postura ideal, la imagen soñada, una imagen nueva en aquel claro del bosque europeo. 


Fotografías del autor.


Manolo Ambou Terrádez

4 comentarios:

  1. Como siempre Manolo se nota en tus escritos la pasión que interiorizas por las aves y por toda la naturaleza. Las fotografías que muestras del Pigargo con sus alas extendidas, es ¡¡¡impresionante!!!

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  2. Cómo disfrutas Manolo y q fotos más bonitas.

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  3. relato vivido, fotografías más que reales,(nunca había oído ese nombre,pigargo, ni idea de que existiera un ave así, gracias)

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