Uno de
los lugares más deseados por el fotógrafo de naturaleza es poder deambular por
e Serengeti, esa inmensa sabana que se extiende desde Kenia hasta Tanzania,
donde se produce constantemente uno de los fenómenos más impresionantes de vida en la
naturaleza.
Miles y miles de animales herbívoros, seguidos o esperados por sus
depredadores, se mueven buscando
los nuevos pastos, en una migración espectacular, muy particular, en la que
intervienen un buen grupo de animales excepcionales en la fauna de la Tierra.
Hoy día,
la mayoría de ellos conocidos a través de los actuales medios de comunicación,
y por el trabajo excepcional de
algunas empresas que se dedican a ello.
¡Ah..!
Pero sentir esa vida de cerca, de una forma real, dándonos el aire en nuestro
rostro, percibiendo sus sonidos, su olor y padeciendo algún apuro que otro, nos
hace disfrutar de una vivencia auténtica que jamás podremos olvidar.
El Serengeti, el mar de hierba en lengua masai. |
En
mi primer viaje, uno de ellos fue el leopardo, ese auténtico fantasma, muy
escaso, con costumbres solitarias, que la mayoría de las veces nos puede pasar
desapercibido, por su mimetismo, o por situarse a buen recaudo, entre la fronda
de una acacia, o tras la vegetación y a la sombra de algún roquedo. Lo encontré
sobre las rocas del lago Nakuru, pero solo lo pude disfrutar unos segundos,
lloviendo y a mucha distancia; infotografiable.
Pero
esta vez, en el Serengeti Tanzano, la suerte y nuestra paciencia nos favoreció.
Salimos de nuestra acampada muy temprano, son intención de aprovechar
esas primeras horas del día, cuando la vida fluye más en la naturaleza.
Nuestro
guía Samy, un excelente nativo tanzano vecino de Aruhsa, gran conocedor del
Serengeti, nos llevaba con su durísimo todo terreno, por aquellas tortuosas
pistas de tierra, que atraviesan en varios sentidos la sabana.
Nuestro
objetivo era localizar al leopardo, tarea muy complicada.
Eran una
serie de roquedos graníticos (kojpes), que sobresalían en la sabana como jorobas en la
espalda del camello.
Dimos
vueltas y vueltas, despacio, atentos al menor movimiento o color anormal en la
realidad del paisaje.
Los prismáticos de nuestro guía, nuestra atenta mirada, nuestros
teleobjetivos escudriñaban palmo a palmo todos los recovecos donde
pensábamos que se pudiera ocultar
el soñado depredador de la espesura, de la noche.
Al fin,
en la umbría de uno de los roquedos y milagrosamente, conseguimos descubrir
algo que no encajaba con el color de la roca, en el interior de aquella grieta.
Nos
encontrábamos a unos cien metros, y naturalmente no podíamos aproximarnos más,
debido a las estricta normativa del parque, al imposibilitarnos salir de la
pista.
En la
base de una grieta, y tras unas enredaderas, apreciamos las típicas manchas
amarillas y negras del fantasma.
Nos lo
confirmaba su movimiento, pues jadeaba y poco después el de la cola;
estaba allí era él, nuestro sueño.
De
pronto, una pequeña cabeza hace su aparición sobre el escaso cuerpo que
divisábamos del felino. Era una cría. Por eso lamía tanto.
Un
regocijo con reprimidas exclamaciones corrió por nuestro vehículo.
¡Ahora
me ha parecido ver otra! Exclamó Luis.
Algunos
coches se acercaron al lugar, pero como no había ninguna actividad, cansados de
esperar, se fueron por otras rutas en la sabana.
Pero dos
horas después, premiando nuestra paciencia, con un salto, apareció el leopardo
trepando por la roca.
Las
cámaras echaban humo, siguiendo el recorrido de la fiera.
¡Lleva una
cría en la boca! No se quien de nosotros
exclamó.
--
Atentos, por que si tiene dos crías ahora regresará a por la segunda – Dijo
Samy.
Efectivamente.
Diez minutos después retornaba al escondite y sacaba en su boca, del cuello a
la segunda cría que no paraba de maullar.
Pero
esta vez tomo otra ruta por las rocas, y pudimos apreciar que entraba en una
grieta más angosta y aérea, ningún león o hiena podrían llegar hasta allí.
Necesitaba dejar las cachorros a buen recaudo, en ese escondite
inaccesible, para poderse marcha tranquila a su imprescindible cacería, que la
nutriera lo suficiente para amamantar a sus preciadas crías.
Pasaron muchos más minutos, y comprendiendo que su expedición de caza se
realizaría en otras horas de menos luz, y habiendo obtenido unas aceptable
fotos de nuestro principal objetivo, regresamos al campamento para desayunar.
El día
transcurrió con otras incursiones por el parque, encontrando: leones, hienas,
elefante, jirafas, ñus, cebras, facóqueros …….. y un buen muestrario de aves
fueron engrosando nuestro catálogo de fotografías de esta singular África
salvaje.
UNA ANÉCDOTA EN EL SERENGUETI
Y llegó la noche.
Pronto
escuchamos las características “risitas” de las hienas. Estaban cerca.
El
“””Camping””” , sin valla alguna, con los servicios mínimos, separados para
ambos sexos, dispone de un lavabo, ducha y letrinas, necesarios para nuestro
aseo, evitando la contaminación del parque.
Esa
jornada, el camping, solo acogía a media docena de tiendas. Está tranquilo,
solitario.
Una
serie de carteles indican que no nos alejemos de nuestra reducida área.
Los
aseos, se encuentran a unos cien metros, alejados del área principal del
camping. Parecía peligroso llegar hasta ellos de noche.
Debíamos barrer con el haz de luz de la linterna nuestro
alrededor, asegurándonos de no descubrir esos temidos dos puntos brillantes en
la oscuridad. Mejor ir acompañado y voceando.
Nuestro cocinero, nos ha preparado una cena básica, pero esmerada, que
nos recupera del ajetreado día de safari, dando tumbos en el vehículo.
Cansados, nos acostamos pronto.
Eran las
tres y cuarto de la madrugada, cuando me despierto por el fresquito que llegaba
al interior de la tienda.
Curioso,
enciendo mi reloj para ver la hora y al intentar alcanzar algo de abrigo para
ponérmelo sobre mi saco, escucho un suave rugido en la misma puerta.
Me quedo
inmóvil, sin respirar, ni siquiera pestañeo.
¿Como puedo avisar a mi compañero?
Inmóvil en mi litera, esperé unos minutos. No pasa nada más.
Cojo la linterna y a través de mi mosquitera, dirijo un haz
de luz entubándola con la mano hacia la cara de Luis. Pero está completamente
dormido, con tapones puestos en los oídos y boca a bajo.
¡Caray!
Por más que insisto con las intermitencias de luz en su
mejilla, no consigo despertarlo.
No quiero hablar, pues desconozco las consecuencias que
pueda tener con ello. Mejor continuar callado.
Mis sentidos, tratan de descubrir alguna otra anomalía.
Pienso que no es normal que una de esas fieras pueda
realizar una incursión en nuestra tienda iglú. Pero solo es una suposición.
Tampoco lo tengo claro, ya que no dispongo de información ni suficiente experiencia sobre ello en este continente.
Tampoco lo tengo claro, ya que no dispongo de información ni suficiente experiencia sobre ello en este continente.
Pasó algunos minutos atento a todo, cuando escucho quebrarse
una rama del árbol que tenemos ante la puerta, seguido del discreto ruido de su
masticación.
No tardó en escuchar lo mismo nuevamente. Es evidente que tenemos algún elefante ante la tienda.
Ahora temo que se acerque más.
Un resoplido en la misma puerta me lo confirma, pues había
dejado una botella de zumo vacía, por si mi vejiga no soportara vaciarse antes
de la diana y al proboscidio no le iban a pasar desapercibidos los restos
azucarados a su excelente pituitaria.
¡Cualquiera se atreve, a esas horas, alejarse hasta el
servicio!
Curiosamente no ha llegado a tropezar con ningún tirante de
la tienda.
Sigo pensando como avisar a mi compañero, pero temo, que si
hago ruido, se pueda asustar o ponerse nervioso el elefante, con el peligro de
atropellar alguna tienda próxima.
Un fuerte ruido ahora me insinúa que han derribado una
acacia a pocos metros.
El estruendo ahora despierta a Luis. Lo iluminó nuevamente, y
espero que se quite los tapones de los oídos, para decirle bajito y medio en
broma.
¡Estamos rodeados!
Luis comprende lo que está ocurriendo y los dos, ahora
incorporados, en silencio, esperamos acontecimientos.
Parece que se han alejado y ahora me atrevo a contarle lo
del rugido del felino.
Nos dormimos nuevamente, y al levantarnos, durante el
desayuno, los guías confirman el paso del leopardo por el campamento. Y al dar
una vuelta cerca de nuestra tienda, encontramos los enormes y aún humeantes
excrementos de los elefantes y la tumbada acacia, semi comida, asegurando con
ello nuestro supuesto.
¡Interesante nochecita!
Fotografías de Luis Santamaría y del autor.
(Un saludo tanzaniero)
Manolo Ambou Terradez
Fotografías de Luis Santamaría y del autor.
(Un saludo tanzaniero)
Manolo Ambou Terradez
Que buen relato Manolo. Que vivencia inolvidable y que bien relatada. Puedo sentir que estoy allí contigo.
ResponderEliminarPreciosas fotos.
Saludos.
me encantan las fotografias...estoy deseando ver el reportaje con toda la calidad (se ven un poco pequeñas).
ResponderEliminaren tu anecdota, sentia que estaba alli...como otras veces...
salu2
Ya sabes: no puedo darles más calidad, pues me las roban y me ha costado mucho conseguirlas.
EliminarLo siento.
Hola Manolo, menuda aventura la que habeis podido vivir, por una parte en la tienda y por otra la del leopardo.
ResponderEliminarCon esto, se hace realidad lo de estar en el lugar justo en el momento adecuado.
Muy buena la del leopardo con la cria.
Un saludo.
Sento
Buenas experiencias las que has tenido, sigue adelante.
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