miércoles, 6 de mayo de 2015

KATHMANDÚ



MIS RECUERDOS
   
 Durante nuestra visita a la India decidimos acercarnos al noreste, a ese país de las montañas, donde se encuentra el techo del mundo, Nepal.
   Nuestro objetivo primaba por visitar su ciudad más grande, Katmandú.
 Queríamos conocer de cerca sus ancestrales y características construcciones, formadas por templos y palacios budistas e hinduistas en la zona vieja, no occidentalizada.
   Al aterrizar en su modesto aeropuerto al este de la ciudad, quedamos impactados por su contraste. Apreciábamos dos estilos arquitectónicos, unos tradicionales y otros occidentales, enfrentados ante una ciudad que nos situó, en parte, en el medievo.

 
Los edificios tradicionales estaban construidos con ladrillo y acabados con grandes voladizos de madera, soportados por artesanales tallas, al igual que las puertas y ventanas.
  Aquel día celebraban alguna fiesta. Todo el mundo participaba. Sus habitantes, el colorido de sus vestidos y su alegría inundaban las calles, plazas y ventanas.
   Se trataba del Gai jatra “Carnaval de las vacas”.  Una tradición de origen religioso y muy antiguo que se celebra en todo el Valle de Kathmandú.
  

Sacerdotes, músicos y bailarines acompañaban a los familiares de los muertos de ese año, representados con unas altas figuras ricamente engalanadas con telas de colores, con la fotografía del fallecido y culminadas por los cuernos de una vaca, que en la cultura hinduista, es un animal sagrado, porque ayuda a las almas de los difuntos a cruzar el río sagrado Vaitarani, en el camino de partida a su nueva vida.
   Venían por todas las calles alegremente, sumándose por el camino,  para unirse y seguir conjuntamente en un recorrido prefijado, que pasaba por los principales lugares de culto de la ciudad.
  
 
Su origen procede de la forma que tenían los reyes para contabilizar los fallecimientos de sus súbditos en ese año.
   Todos los lugares estratégicos estaban tomados por los visitantes y curiosos, como nosotros, para contemplar esta fiesta.
  
Templo de Nyatapola
Nosotros, elegimos una excelente atalaya, al subirnos en las escalinatas del templo hinduista de Nyatapola, junto a los leones, elefantes y águilas que lo guardan. No era un funeral, era una auténtica fiesta muy jovial.
  

  
Poco después, paseando, nos dimos con la vivienda donde reside la diosa viviente Kumari. 
   Es la representación de la diosa Talejú, que se elige entre niñas de cinco años, pero dejará de ser diosa cuando, por cualquier motivo, sangre por primera vez.
Patán: Plaza Durbar
   
 La plaza Durbar,  la principal de la ciudad,  está repleta de edificios antiquísimos de madera, muy particulares, como la casa Karthamamdap, de donde le viene el nombre a la ciudad. Fue construida de madera de teca, de un solo árbol, en el siglo XVI.
   El templo de Jagannth, el templo de Talejo y muchas antiguas construcciones más le daban un particular estilo lleno de sabor a aquella urbe. Respirábamos historia, la antigüedad de un pueblo distinto al nuestro, al occidental.
 
Patán: rey Siddhi Narsingh rezando (Arquitectura mogul)
  
No podíamos pasar por Kathmandú sin acercarnos a Bhaktapur, para contemplar su famosa Estupa, donde  sus devotos daban vueltas en el sentido de las agujas del reloj, para generar un gran beneficio, bajo los grandes ojos del monumento y los de los monos vigilantes, mientras sus fieles hacen rodar los cilindros de las oraciones.
   Todo aquello nos envolvió en un sueño atávico.
  
Bhaktapur: la Stupa
  
Pero al sur de la ciudad a la otra horilla del río Bagmati se encuentra la ciudad de Patan, la “ciudad de los mil tejados dorados” posiblemente la ciudad budista más antigua del mundo. Artesana, hermosa, se decora con innumerables bahals y templos. La ciudad de las bellas artes de aquel valle.
  Destaca extraordinariamente también su plaza Durbar, con sus templos de tejados superpuestos y elaborados artesonados. Francamente hermosa.
Patán: Patio del Templo Dorado (Monasterio budista)
   
Pero esta sencilla descripción de mis recuerdos, está motivada por la actual tragedia que seguramente ha destruido la ciudad junto a la mayoría de los templos.      No se habla de Patán pero sospecho que se integra en el terremoto de Katmandú.
   La mayoría de los seres humanos no llegamos a comprender  lo insignificante que es nuestro tiempo en la Tierra, nuestra vida. Esto lo describen muy bien algunos jefes indios americano cuando dicen:

   ¿Qué es la vida? Es el vuelo de una luciérnaga en la noche, el aliento del búfalo en invierno, la débil sombra que se pierde sobre la pradera en la puesta de sol.
   Es el breve tiempo de la débil luz que emite la chispa al saltar del fuego en la hoguera.

  
Muchos pueblos se han instalado sobre las uniones de las placas tectónicas, sin saber o asimilar que la Tierra esta en movimiento y por lo tanto, periódicamente e inevitablemente, estos lugares son y serán sometidos por  las mismas catástrofes una y otra vez. Pero el hombre, empecinado, desecha el tiempo en su efímera vida, y vuelve a reconstruir su mundo sobre los mismos lugares ya desgraciados. El apego es muy grande y todo se repetirá.
   Mientras tanto, la  placa de la India, después de separarse de África, lentamente, se sumerge bajo del Himalaya, tres centímetros anuales, elevando cada vez más esta grandiosa cordillera en temblorosos movimientos.

 Fotografías del autor.

Manolo Ambou Terrádez



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