martes, 19 de diciembre de 2023

MI ENCUENTRO CON PLÉYADES


UN POCO MÁS DE ASTRONOMÍA


Es otra noche oscura, sin nubes ni luna. El cielo brilla con su propia luz, sin el reflejo de la contaminación lumínica. No hay luz humana artificial, generalmente mal orientada, desacertada...

En el monte hace frío. Una suave brisa roza mi rostro. He acampado al aire libre. Hago vivac. No me gusta dormir cubierto mientras no haya riesgo de precipitaciones atmosféricas. Dentro del saco de dormir, acogido por el suave y ligero plumón, contemplo el cielo a través de un espacio abierto ante mis ojos. Temo dormirme en mi relajante inmovilidad pese a los desesperados meteoros que, brillando, atraviesan el espacio con más o menos duración, dependiendo de su masa. Pero esto es solo un regalo extra del cielo. Centro mi atención en descubrir la geometría de las constelaciones que tengo ante mí y que dan vueltas al eje polar. Pero esta noche hay muchísimas estrellas que casi las ocultan. El cielo está más bien blanco, aprecio muchas más estrellas que nunca. Hace muchos años que no contemplaba un cielo tan luminoso, me emociona, hasta me da escalofríos esta extraordinaria visión. Estoy algo turbado.


Esta situación emocional me trae recuerdos de juventud junto a mi abuelo: es verano, estamos recostados sobre un montón de paja en la era del molino, cubiertos con una manta, contemplando el firmamento en aquel valle de Mira. 



El molinero se admiraba de lo que debería haber allí en lo alto, tan lejos, con aquellas marcas brillantes que parpadeaban de forma picarona, incitándonos a que habláramos de ellas. ¡Que silenciosas se mostraban tantas noches ante la indiferencia de gran parte de la humanidad!

Pero nosotros les hacíamos caso, las admirábamos.  

Más tarde, en mi afición por el montañismo, en muchas ocasiones me orientaron. Me acompañaban. Las conocía.

Ya entonces soñaba en una noche como esta para mirarlas con un telescopio. Con una óptica adecuada, me pasearía entre ellas para apreciar aquellos cúmulos estelares que se agrupan especialmente en la banda más brillante que recorre el cielo, en la Vía Láctea. El Camino de Santiago, que decía mi abuela.

Y ese día llegó, algo tarde, pero llegó. Era una noche de diciembre muy fría. Estaba solo con un modesto telescopio reflector de 1000 mm. Ya había orientado su montura al norte, hacia la estrella polar y ahora, podía realizar un seguimiento manual sin que se me perdiera el objeto elegido.


El inmenso cielo estrellado nos confunde a la hora de dirigir nuestro telescopio. Hay tantas maravillas escondidas entre las estrellas.

Después de unos inciertos paseos por el cielo, pues no sabía dónde dirigirme ante tal cantidad de estrellas, opté por conducirlo a una graciosa y pequeña constelación, pero con gran personalidad, que mi querida abuela llamaba Las Cabrillas. La constelación que casi se aprecia mejor de reojo que si le dirigimos fijamente la mirada. 

Se trataba de la M45 Pléyades, Las siete hermanas, una agrupación estelar abierta muy bonita formada por estrellas jóvenes. A simple vista solo se aprecian siete estrellas, pero al mirarla con el telescopio me sorprendió.


Pléyades o Las siete hermanas, este cúmulo estelar que contiene estrellas calientes muy jóvenes en la constelación de Taurus a 444 años luz de la Tierra.

La tenía ante mi ojo brillando potentemente entre numerosas estrellas más pequeñas. Solo conocía el nombre de su estrella central superior, Electra.


Estaba fascinado. Había entrado en otro mundo. Poco después cambié de ocular y dirigí el telescopio a una pequeña zona donde aprecié multitud de estrellas muy pequeñas y muy próximas unas de las otras. Repetí mi acción con un tercer ocular, el más potente, y se multiplicaron enormemente en aquel diminuto espacio del cielo. Me separé del telescopio y contemplé el resto del firmamento. Dirigí la vista hacia los cuatro puntos cardinales y comenzaron a temblarme las piernas. Estaba emocionado. Aquella observación me había dejado más pequeño respecto a la realidad, mucho más pequeño de lo que hasta ahora creía. Desde aquel momento, el infinito estaba más lejos para mí, mucho más lejos.

Ya no pude desprenderme de aquel hechizo y trato de plasmar en fotografías (mi gran afición), aquellos hermosos rincones del espacio de las frías noches de atmósfera limpia. 

Posteriormente averigüé que tipo de tecnología se requería para realizar el seguimiento a los diferentes objetos celestes que, fielmente, aparecían conforme avanzaban los meses del año.


Y por fin, ya equipado, llegó el momento de iniciarme en ese mundo del cielo profundo. Los objetos a los que me refiero, únicamente podremos descubrirlos y fotografiarlos tras largas exposiciones de muchas horas de imágenes apiladas. Solo telescopios profesionales con óptica de grandísima luminosidad lo harán posible.

Una montura ecuatorial motorizada que gira a la velocidad del cielo, (bueno, quien gira es la Tierra), una cámara astronómica capaz de enfriar al sensor diversos grados bajo cero en largas exposiciones, un tubo guía con una pequeña cámara (también astronómica), conectada a un ordenador que corrige los fallos de seguimiento de la montura ecuatorial, permitiendo así

exposiciones de cientos de segundos, y uno de mis objetivos habituales para capturar la fauna.

El ordenador astronómico busca el objeto elegido y nos deja todo a punto para comenzar la sesión fotográfica. Necesitará varias horas hasta recoger la tenue luz que emiten los entes del cielo profundo. Después, poco a poco, aparecerán las imágenes maravillosamente escondidas entre las estrellas: galaxias, nebulosas y cúmulos estelares.

Pero aún no he terminado. Falta procesar todas estas tomas. Es muy técnico, muy complicado, requiere el aprendizaje y manejo del programa astronómico mencionado, el cual ha de: apilar todas las imágenes capturadas, eliminar deformaciones atmosféricas y conseguir la nitidez y el color real de cada elemento sin gradientes que lo deformen.

Yo aún soy un novato, pero poco a poco voy aprendiendo y obteniendo mejores resultados. 

Envenenado y prisionero por mi curiosidad, ahora he quedado embriagado para siempre. 


Buenas y oscuras noches, amigos.


Fotografías del autor.


Manolo Ambou Terrádez

4 comentarios:

  1. Manolo solo te falta subir a la estación espacial.Un abrazo

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  2. Subir a la estación espacial, no creo, pero mejorar un poco más, seguro.

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  3. Somos catalanas y fieles seguidoras de su blog. Comentábamos que ver las Pléyades, en esa constelación de Taurus tan lejana, es un lujo inmenso. Pero no es el único: seguimos impactadas por artículos como el de la Isaura Mayeti: "las cámaras echaban humo, tratando de captar aquellas especies de aspecto alienígena; nada más lejos, pues llevan vivitos y coleando en la Tierra mucho más que la mayoría de seres vivos." Genial que nos pueda mostrar lo más grande y lo más pequeño.

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  4. Me alegro que os gusten algunos de mis artículos. Son experiencias de mi vida que no puedo callar. Gracia

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