lunes, 5 de febrero de 2024

VALLE BLANCO y MER DE GLACE



Un descenso de esquí singular


Era un día soleado, espléndido. Esquiábamos en la estación de Courmayeur, en el Valle de Aosta, (Alpes italianos, al pie del Mont Blanc.) Dos días antes habíamos detectado en su cumbre la clásica masa nubosa, (en argot montañero, el asno), que anunciaba la llegada de mal tiempo a los tres días siguientes, así que era la última oportunidad que disponíamos para realizar el descenso soñado: del Valle Blanche y la Mer de Glace hasta Chamonix.

25 km de descenso sauvage (salvaje).


El asno del Mont Blanc

Era medio día y habíamos terminado de impartir las clases a las socias y socios del club de Esquí Valencia.


Un pequeño grupo con alto nivel de esquí (Emilio y David Solana, Pilar Delgado y mi compañera Pilar Álvarez), se habían unido a la aventura proyectada por Carlos Durán, Nicolás Gil y un servidor. 

  



El tiempo lo teníamos muy justo. Rápidamente acudimos al primer teleférico, que junto con dos trasbordos más, nos subirían hasta el Refugio Torino, a 3375 m.

Atravesamos, el solitario y en aquel momento vacío refugio, y salimos a la cabecera del Vallée Blanche.

Ante nosotros teníamos las Catedrales de los Alpes. El mayor espectáculo alpino que probablemente se pueda admirar.  Extraordinario lugar donde se realizaron las mayores aventuras de alpinismo en el monstruoso macizo granítico.




A nuestra derecha, se alzaba agudo y arrogante el Dent du Géant (El Dente del Gigante), con sus 4013 m, a la izquierda, la enorme masa del Mont Blanc de Tacul con sus 4248 m, que en parte ocultaba al propio Mont Blanc, con sus 4805 m., más adelante, la aguda Aiguille du Midi con sus 3842 m, con su torre de comunicación y desde donde partían varios descensos de esquí. La lejanía imposibilitaba apreciar a los esquiadores, que seguro descendían el glaciar.


De izquierda a derecha: Pilar Delgado, Emilio Solana, Nicolás Gil, David Solana, Manolo Ambou, Pilar Álvarez, Carlos Durán.


Por debajo del Diente del Gigante, de lado y algo escondidas, las míticas y temidas Grandes Jorasses. Pero aún no había terminado aquella visión alpinista, faltaba la Aiguille du Dru, que con emoción esperaba contemplarla desde la Mer del Glace.


Entusiasmados, nos calzamos los esquís y empezamos el descenso por aquella nieve polvo de excelente calidad.

Me he quedado el último adrede, para controlar cualquier adversidad. Para mi sorpresa, el primer problema lo voy a tener yo mismo; mis esquís no se deslizan correctamente, se me ha quedado pegada la nieve en la suela y no patinan adecuadamente. Mis compañeros se han detenido para agruparnos. Cuando los alcanzo les comunico la incidencia y la solución que de inmediato la resolverá: frotaré las suelas con cera roja (es la idónea para este tipo de nieve), pero cuando tras soltar las botas de la fijación apoyo el pie, la pierna se me hunde completamente en aquella nieve profunda. Quedé colgado con el pecho sobre los esquís. Una vez incorporado froté la cera, primero en el esquí derecho y luego en el izquierdo.

  • ¡Uh, qué nieve! - comentamos todos a la vista del descenso que nos espera.

Hay que controlar, especialmente, las grietas trasversales del glaciar para no caer en ellas. Algunas pueden estar ocultas por la nieve.

Tenemos ciertos conocimientos de glaciarismo, pero lo mejor será seguir (más o menos), las huellas trazadas por anteriores esquiadores, que seguro que han bajado con expertos y conocedores guías. Conviene recordar que es un descenso de esquí sauvage. 


Esquí salvaje fuera de pistas.


La nieve nos sumerge hasta las rodillas. Bajamos por la izquierda del glaciar. Hermosos, redondeados, suaves y rítmicos giros nos llevan por aquella contundente pendiente virgen. Todos intentamos firmar el descenso con una huella propia.



Poco a poco vemos cómo se va abriendo el hermosísimo valle. No podemos reprimirnos y gritamos de alegría ante aquella nieve tan estupenda y aquel paisaje tan singular (tantas veces descrito en nuestros libros de montaña.) De vez en cuando nos agrupamos para mirar hacia atrás. Qué huellas más admirables. 



Llevamos un buen rato cuando comenzamos a apreciar a los esquiadores que descienden de la Aiguille de Midi, Son aún pequeños puntitos que se nos unirán en la cabecera de La Vallée Blanche mucho más abajo.



A nuestra derecha, en la Aiguille Verte aparece una mole inmensa de granito. Se trata de la mítica e imponente Aiguille du Dru, con sus 3754 metros. Me quedo extasiado contemplando la inmensa pared que ha albergado tantos relatos, tantos dramas y tanta alegrías a expertas cordadas en sus intentos por conquistarla.




Terminamos de unirnos con los que descienden de la Aiguille du Midi. Las antes estupendas nieve y pendiente, se han transformado en un recorrido de nieve pisada, muy dura, casi hielo, de poca pendiente, que nos lleva por encima de la lengua del glaciar hacia el valle de Chamonix, sorteando las grietas laterales, ya muy bien marcadas. 




Utilizando paso patinador, aceleramos nuestra marcha hasta alcanzar una ruta que nos permita salir del glaciar: progresivamente se hace impracticable por las numerosas grietas y el caos de seracs en escandalosa cascada de hielo.



El camino asciende con cierta pendiente y lo subimos descalzándonos los esquís. A punto de concluirlo, vemos un buen grupo de esquiadores tumbados en las rocas, al sol, todos con apetecibles y refrescantes bebidas.
  • ¡Caramba! ¿Qué pasa, qué es esto? – dijimos llenos de
    envidia al ver aquella escena tan inesperada.

Ascendemos un poco más y pronto aparece la respuesta. En una pequeña y modesta casita de madera, equipada también con un limpísimo wáter, es donde venden los refrescos.

  • ¡Que buen acierto han tenido! - comentamos sedientos tras el gran descenso. 

A pesar de que nos viene algo justo para tomar el autobús no pudimos resistir la tentación. Nuestros apartamentos estaban en Courmayeur y teníamos que cruzar desde Francia (Haute-Savoie) hasta Italia (Valle de Aosta) atravesando el Mont Blanc por el túnel de 11’6 kilómetros. Nos rehidratamos y seguimos descendiendo hacia Chamonix. La ruta, aunque bien marcada no estaba exenta de problemas. Un alud había cubierto la ladera dejándola bastante incómoda por la acumulación de nieve muy irregular y con enormes bultos. 


Más adelante, el descenso se suavizaba (por lo que parecía un camino forestal), hasta alcanzar una pequeña estación de esquí que, al descenderla, nos llevó cerca de la parada del autobús, pero… acababa de partir el último. No tuvimos más remedio que tomar dos taxis. 


Como había vaticinado el asno del Mont Blanc, la climatología se estropeó progresivamente. Empezó a nevar suavemente, pero ya estábamos en casa.

Jamás olvidaremos aquella aventura ¿verdad que no, compañeros y compañeras? (y conste que fue un mes de abril de hace 38 años).


NOTA: Al intentar incorporar un plano situando nuestro recorrido, y comentándolo con esquiadores que me han informado, incluso con Nicolás Gil que ha repetió el recorrido años después, he quedado horrorizado del enorme retroceso que ha sufrido el glaciar de Mer del Glace en su longitud y espesor, puede que cerca de un centenar de metros en el grosor del hielo. Por ello para salir de la cavidad del glaciar de regreso a Chamonix están instalando una telecabina, que evitará la enorme escalera imprescindible para salir de allí.

Y aún hay quien niega el cambio climático.

Lo siento.


Fotografías del autor.


Manolo Ambou Terrádez

4 comentarios:

  1. Gracias Manolo por traerme tan buenos recuerdos

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  2. Aprecio la manera en que transformas incluso los temas simples en lecciones valiosas.

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    1. Gracias: claro, la vida se basa en grandes y pequeñas experiencias.

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