martes, 14 de febrero de 2017

HUMEDALES DE LA ALBUFERA DE VALENCIA 1º (POR LOS)

EN LOS ARROZALES

Cuando aprieta el invierno, y especialmente, cuando parte de Europa se cubre de hielo y nieve, muchas especies de aves se embarcan en una migración obligada hacia el sur, buscando mejor clima.
Esos enormes recorridos requieren de unas estaciones para descansar y alimentarse, y aunque algunas especies muy exigentes no se conforman con el humedal reina de nuestra península, el Parque Nacional de Doñana, terminan saltando el estrecho al continente africano.
Pero antes habrán hecho escala en La Camargue francesa, Parque Natural dels Aiguamolls, Parque natural del Delta del Ebro, en los humedales de Almenara, en la Marxal Dels Moros en Sagunto, en el Parque Natural de la Albufera de Valencia, en las Salinas de Santa Pola, o también, en el interior, como el Parque Natural Tablas de Daimiel. Magnífico rosario de humedales, que como auténticas estaciones, cobijan en sus aguas a multitud de aves residentes y viajeras.

Acequia y arrozal en la Albufera de Valencia.
   Este año, al cubrirse de blanco tantos territorios de Europa, por el fuerte temporal, algunas aves, como las avefrías, que se alimentan de esa fauna que se aloja a pocos centímetros de la superficie de la tierra, como las lombrices, se ven obligadas a venir a zonas cálidas de España, en los campos labrados, donde pueden alimentarse, como en los humedales, donde también encuentran protección.


  Esta especia se me había resistido en varias ocasiones, por falta del adecuado equipo fotográfico y también por no tener la oportunidad de verlas.

  Era el momento. Sabía que ya habían llegado algunos grupos, que sumaban unos mil ejemplares. Se las había visto por los rastrojos de los arrozales, ahora inundados, entre El Perelló y la Muntanyeta dels Sants.
 
Los arrozales anegados.
   Así que, sin más pérdida de tiempo, tomé el coche y “armado” con la mayor óptica que disponía, unos mil doscientos milímetros en total, partí dispuesto a recorrer la red de caminos de acceso a los múltiples arrozales, la mayoría inundados, por donde bajaban algunas asustadizas anátidas y los buceadores cormoranes. De vez en cuando, como vigilantes, las garzas reales no perdían ojo al vehículo, y salir volando al menor intento de detenerlo.


  Un trazo horizontal muy claro a lo lejos, me reveló un buen grupo de flamencos, que, a unos doscientos metros de la carretera, descansaban protegidos por el agua.
 
Grupo de flamencos.
  Eran preciosos, y aunque ya disponía de fotografías sacadas algunos años antes, no pude reprimirme y apoyando el teleobjetivo en la base de la ventanilla del acompañante, disfrute de verlos así, más de cerca, mientras tomaba de paso algunas fotografías.

  Pero mi objetivo de esa mañana eran las avefrías (Vanellus vanellus), así que continué para buscarlas.
   Pronto localicé un buen grupo volando, inconfundibles con otras aves, por lo que me dio esperanzas. Ahora comencé a circular por caminos circundantes a la carretera, menos transitados, buscando los campos no inundados, donde las podría encontrar buscando alimento en el barro.
 
Avefrías en vuelo.
  Era muy difícil acercarme a ellas, sin que volaran. Debía encontrar la más “tonta”, alguna que me permitiera sacarle un buen plano y engrosara mi listado de fauna del país.
    Por fin di con un pequeño grupo más confiado. Sus plumas más obscuras tornasoladas, brillaban con reflejos verdosos, cuando los rayos del sol conseguían zafarse de las nubes. Paradas como estatuas observaban el barro completamente atentas, a cualquier movimiento de algún ser vivo entre el fango. De repente, con un correteo muy rápido cambiaba de posición. De vez en cuando picoteando el suelo para capturar su presa.
 
Avefría (Vanellus vanellus)
   Era mi ocasión tan esperada. Estaban a tiro de mi cámara, que comenzó a capturar las primeras imágenes de esta especie tan deseada. Lo había conseguido.

   Poco después descubrí un bando de aves oscuras, algo más grandes, con el pico curvado y largas patas, que pasaron sobre mí. Se trataba de moritos (Plegadis falcinellus), así que tomé los caminos que me acercaron al fangal donde se habían posado.

Bando de moritos.

   Parecían negros, pero conforme me acercaba a ellos, apreciaba tonos rosados y verdosos, también con brillos tornasolados como las avefrías. Rebuscaban con sus picos curvados en el fango. Me acerque muy despacio, con el motor apagado, impulsado solo por la inercia, con la intención de aproximarme lo más cerca posible, para detenerlo suavemente antes que notara alguna actitud de desconfianza.

Morito (Plegadis falcinellus)
   No eran primeros planos, pero suficiente para apreciar la belleza de estos ibis. Algunos de ellos estaban anillados, así que me centré en ellos, con el fin de intentar luego descifrar las letras y números, que descifrarían el lugar de procedencia en su migración.
 
El morito, el ibis de la Albufera
   Varios bandos de limícolas volaban a mucha velocidad, describiendo cambios de tono en el cielo, cada vez que modificaban su dirección. Pero cuando se posaban desaparecían de golpe, por sus libreas de auténtico camuflaje. Combatientes, correlimos. 

 
Bando de limícolas.

   Por el cielo volaban también cormoranes, completamente negros, con sus cuellos extendidos, uno detrás del otro.
 
Bando de cormoranes en vuelo
 Pero allá en lo lejos, en los campos, unos enormes revuelos de aves blancas seguían a dos tractores que fangueaban, removiendo el barro con sus ruedas especializadas.
Garcetas, garcillas, garzas reales y todo tipo de gaviotas, como locas, pillaban todo ser vivo que se movía en el fango: cangrejos, anguilas y otras especies que no conseguí distinguir.


Ya se acercaba el medio día, cuando en mi regreso y pasando de nuevo a la altura de los flamencos, volví a parar, no pude evitarlo. Era una estampa hermosa que podía ver con detalle al observarlos ampliados por mi equipo.
Pero ahora advertí que, a unos ciento cincuenta metros de las aves, un fotógrafo se les acercaba equipado con un pequeño teleobjetivo. En eso, apareció un todoterreno de la guardería del parque. Al verlo le llamaron la atención y le pidieron que regresara. Así lo hizo, pero cuando llevaba medio centenar de metros, los flamencos salieron volando a su espalda, creando una nube blanca y rosa, que eclipsaron en un instante el cielo azul donde miraba.

Un retazo del enorme bando de 5000 flamencos en vuelo.
   Ante mí tenía un espectáculo grandioso, que por estar en vuelo tal cantidad, superó a los que había conocido en Kenia, en el lago Nakuru, o en Tanzania en la taza volcánica del Ngorongoro, pues allí, en ningún momento, llegaron a volar tan enorme grupo.
Eran unos cinco mil flamencos que llenaban completamente mi visor, captando solo pequeñas porciones de aquella rosada nube. Hubiera necesitado un gran angular, pero no lo llevaba.


   Estaba emocionado, y la cámara también, por que no paraba de disparar. Me temblaban las piernas. Cuando desaparecieron en la lejanía, acudí a los forestales para comentar nuestro extraordinario avistamiento.
  Efectivamente: ellos también habían calculado unos cinco mil flamencos.
En la Albufera, y a lo largo de todo el año, suelen verse un grupo de unos cien o doscientos ejemplares, que se alternan entre este humedal y otro más pequeño, situado cerca de Sagunto, la Marjal dels Moros, a unos treinta kilómetros al norte; ¿Pero tantos?
Seguramente se trataba de un gran bando procedente de la Camarga francesa o del delta del Ebro que descansaban, para proseguir hacia el sur, hacia el Parque Natural Salinas de Santa Pola, o mucho más al sur, a “Sancta Sanctorum” de los parques europeos, Doñana.

   Ahora, aun impresionado, llamé a mis amigos para comentarles aquel lance fotográfico, que ya nunca olvidaré.

Fotografías del autor.

Manolo Ambou Terrádez











8 comentarios:

  1. Conseguiste la avefria, y ademas bien pillada.
    Interesante el articulo.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Manolo, créeme que al leer y mirar me quedo más en lo leído que en lo visto. has hecho un buen trabajo fotográfico pero el literario me puede pues; cierro los ojos recordando lo escrito y no puedo evitar ver un cielo fantástico lleno de vida y color. Gracias amigo.

    ResponderEliminar
  3. Si Sinarref: Las fotos son solo para endulzarlo, pero nunca podré ponerlas con más calidad, ya que me las roban, o utilizan sin mi permiso. Es una lástima no mostraros en ellas todo su esplendor que tienen en algunas ocasiones. Un saludo.

    ResponderEliminar
  4. Muy buen reportaje Manolo . Si no dices que es la Albufera de Valencia pensaria que es algún lago africano. Tenemos que conservar y cuidar lo que tenemos y la mayoría ni lo conocemos.Gracias amigo.

    ResponderEliminar
  5. Muy buen reportaje. Una gran muestra de lo fabulosa que es la Albufera de Valencia. Haces que la apreciemos un poco mas cada vez que publicas algo sobre sus características. Gracias Manolo.

    ResponderEliminar
  6. No m'estranya que et robin les fotos.
    Y, en efecto, nos ha gustado leerte. Mucho.

    ResponderEliminar
  7. Estupendo Manolo, exposiciones de fotos colgadas sería una buena opción y un contacto más directo con la gente, pero claro, un sistema más caro.

    ResponderEliminar