EL BISONTE REAPARECIDO en BIALOWIEZA
Desde niño, una de mis grandes
aficiones siempre ha sido el conocimiento de la fauna que nos rodea y un
especial interés por aquellas especies ya extinguidas. Así que no fue de
extrañar que al visitar por primera vez las originales pinturas rupestres de Altamira en 1972 quedara completamente asombrado, como les ocurrió a sus
descubridores cien años antes en 1879, la niña de ocho años de edad María y su
padre Marcelino Sanz.
Estas magníficas representaciones
de bisontes, pintados de una forma tan realista, y artística, me confirmaron
así su existencia en la Península Ibérica 14.000 años atrás dentro del
Magdaleniense.
Muchos años después y con ese
aumento de información cultural que progresivamente nos fue llegando, pude
enterarme de la existencia de algunos ejemplares vivos en Europa, entonces casi
extinguidos.
Primero por la desforestación: las intensas talas por el uso de la madera y la liberación de la foresta para
la conversión del hombre como agricultor y ganadero.
La caza excesiva: con el tiempo y
aunque parezca contradictorio llegó a protegerlos, por un decreto que prohibió
su captura, reservándola solo para la realeza.
Esta normativa estuvo en vigor
hasta la Primera Guerra Mundial, pero durante este terrorífico conflicto estos
animales sirvieron para alimentar a los soldados y las poblaciones huidas y
escondidas en los espesos bosques de Lituania, Polonia y Rusia.
Yo aún no conocía que los
bisontes estuvieron presentes desde los bosques cántabros y navarros hasta gran
parte de Rusia, o que el último Bisonte de nuestra Península fue muerto en el
siglo XII. Solo conocía su presencia en América del Norte, así que fue un
estupendo y regocijante descubrimiento para mí.
Pronto conocí los planes de
recuperación de este formidable animal. En 1923 se instituyó en Polonia la
“Compañía internacional de Defensa para el Bisonte” apoyado por la ONU en 1966
por ser especie protegida en peligro de extinción.
Hoy día, como fotógrafo de
naturaleza, no podía ignorarlo y decidí buscar esta especie en Polonia en la Reserva
Nacional de Bialowieza, junto con cuatros compañeros de “armas” que tenían el
mismo objetivo.
Hacía muy poco que en España se
estaba consiguiendo su reproducción en una localidad palentina de San Cebrián
de Mudá, traídos de esta reserva, yo quería asegurarme de fotografiar ejemplares de edad, de gran
tamaño, imponentes, su máxima representación.
Sabíamos que normalmente se
agrupan las hembras, crías y jóvenes machos en pequeñas manadas, pero los
grandes machos, más solitarios, en reducido número; alguna pareja o poco más.
A todos nos interesaban los ejemplares más grandes, por lo que debíamos buscarlos en el oscuro bosque caducifolio, cosa nada fácil por su gran espesura sin despreciar los claros, donde en ciertas ocasiones salen a pastar, a diferencia del bisonte americano que lo hace habitualmente en las interminables praderas de aquel continente.
A todos nos interesaban los ejemplares más grandes, por lo que debíamos buscarlos en el oscuro bosque caducifolio, cosa nada fácil por su gran espesura sin despreciar los claros, donde en ciertas ocasiones salen a pastar, a diferencia del bisonte americano que lo hace habitualmente en las interminables praderas de aquel continente.
El guía local, con extrema precaución, equipado también con su cámara, nos llevó a un claro donde solía verlos en algunas ocasiones, al no encontrarlos proseguimos su búsqueda realizando un recorrido circular por el bosque, donde teóricamente debían estar escondidos. Encontramos sus huellas, escarbaderos y rascaderos, apreciando su pelaje marrón arrancado por la rugosidadades de las raíces de un árbol caído, pero no dábamos con esos enormes bultos obscuros entre la espesura, Continuaríamos la búsqueda al siguiente día.
Estaban adaptados a encontrar su
alimentación en el bosque, especialmente en los abedules, donde comían sus hojas,
corteza, lo mismo que césped, líquenes, hierbas bajas, raíces e incluso setas,
así que era allí dentro donde debíamos descubrirlos, con el inconveniente para
el fotógrafo por la escasa luz, la espesura y las nubes que ocultaban la luz
del Sol durante toda nuestra corta estancia.
Comenzaba a clarear cuando
partimos con el todo terreno de un nuevo guía por el parque, caminos de tierra
repletos de profundas huellas completamente congelados. Esto nos facilitaba
nuestro avance eludiendo el barrizal.
En algunas paradas los
prismáticos del guía oteaban los rincones del bosque, donde suponía debía encontrarse
alguno de estos solitarios bisontes. En los prados cosechados algunos rollos de
heno habían sido degustados por los bisontes, prueba evidente que acostumbraban
a frecuentar aquel territorio.
En cierto momento nuestro guía
para el coche, mira con los prismáticos y descubre un ejemplar, nos lo comunica
en silencio, por señas. Entusiasmados bajamos del vehículo con el equipo y
silenciosamente lo seguimos.
Al fondo, en un rincón del bosque
junto a un prado, un enorme bulto oscuro nos miraba inmóvil. Debíamos
encontrarnos a unos trescientos metros del animal.
Pegados al bosque, sigilosamente,
fuimos acercándonos. De vez en cuando parábamos para disparar las cámaras,
apoyados en los trípodes poco extendidos, acortando cada vez la distancia que
nos separaba de este ungulado, que pastaba sin perdernos de vista.
Cuando nos acercamos a unos cien
metros del animal, lentamente fue desapareciendo dentro de una estrecha franja
del bosque que lindaba a un gran prado. Nuestro guía nos hizo una señal y
agachados y en silencio salimos al claro, mientras nos indicaba con los dedos
que eran dos bisontes.
El prado, completamente inundado
y totalmente congelado, crujía bajo nuestras botas. Arrodillados sobre la
escarcha y el hielo, apoyados en nuestros trípodes, esperamos que los animales
salieran del bosque y nos mostraran sus magníficas siluetas.
Cada uno tomó una posición para
la espera. Emocionado mi dedo índice, desnudo, acariciaba el obturador algo
impaciente y nervioso.
Una cabeza marrón con cuernos,
más bien cortos, apareció de la espesura, seguido de un voluminoso cuerpo de
casi tres metros. Debía de pesar unos 900 kg. Tenía las patas más largas que el
americano, su cruz que se alzaba unos dos metros, más alto que el americano,
con pelaje algo corto y pardo y cierta giba. Nos lanzaba miradas pausadas y
atentas, pero no le debimos parecer peligrosos, porque continuó avanzando hacia
el centro del prado congelado. Ahora las cámaras echaban humo.
Fotos del autor.
Manolo Ambou Terrádez
Muy bonito el documento. A ver si me animo y voy algún día a verlos en Polonia. Un abrazo.
ResponderEliminarMUY BUENO, ENHORABUENA LO HAS CONSEGUIDO.
ResponderEliminarMARAVILLOSO, COMO SIEMPRE!!!!
ResponderEliminarEnhorabuena Manolo , me ha encantado tu reportaje .
ResponderEliminarMe ha emocinado. Cuando alguien confirma que,especies que pensabamos extinguidas,siguen en el Planeta, yo me emociono. Gracias por compartirlo.
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