jueves, 5 de septiembre de 2024

UN RETAZO ASTRONOMICO EN EL CIELO


America en el cielo profundo


Era un día caluroso de verano en pleno mes de agosto. Conforme avanzaba el día miraba al cielo con mucho interés, esperando que no aparecieran aquellas nubes tontas que, sin dejar una gota de agua, durante la noche pudieran velar al firmamento. Parecía despejado cumpliendo el pronóstico de una aplicación del estado del cielo que tengo instalada en mi teléfono móvil, que hoy día comparte y ayuda a mi deteriorada memoria. Las personas que me conocen saben de mi gran afición por la ornitología, por la observación de las aves, pero no deben olvidar que mi vida es una autentica miscelánea. Siento gran curiosidad (y necesidad) por conocer nuevos temas, que me abocan a aficiones diversas que enriquecen mi espíritu y satisfacen mi necesidad de evolución. Es como un deber imperioso ante el porqué de mi existencia. ¡Caramba! Estoy algo místico, pero sinceramente es mi filosofía de vida.Sigue despejado y pronto caerá la tarde dejando paso a la noche. Cuanto deseo la oscuridad.


  Tengo montado el equipo dirigido a la Polar, imprescindible para que la montura descubra, con las estrellas a su alcance, el lugar exacto donde el telescopio debe mirar. Esto originará que el ordenador astronómico pueda encontrar de forma exacta y sorprendente el objeto elegido en la sombria noche de ese cielo profundo. He elegido NGC 7000 que corresponde a la nebulosa América.


   El equipo comienza a moverse encarándose hacia el noreste y tras detenerse y comprobar que aparece en el atlas del programa, lo encuadro y luego de indicar el número de fotos que deseo que tome y el tiempo de exposición para cada una de ellas, compruebo la temperatura que debe alcanzar la cámara astronómica que esta vez es de -10ºC. 


   Se inicializa el programa.


  Confirmo que el tubo de seguimiento y su cámara trabajan correctamente, corrigiendo cualquier error que pueda cometer la montura ecuatorial. El programa de enfoque automático ronronea mientras realiza sus ajustes milimétricos con sorprendente precisión mostrándolos en su gráfico. Seguidamente aparece la confirmación de perfecto enfoque con un punto rojo y por fin, el equipo comienza a realizar las 50 fotos que le he pedido de 300 segundos de exposición cada una. Me quedo un par de horas observando que todo vaya correctamente y de paso, doy un paseo por ese cielo que es tan escaso como inmensurable para mí.   

   A la izquierda del telescopio brilla la Osa Mayor, a su derecha nuestra guía la Polar situada al final de la cola de la Osa Menor, que no puedo distinguir a causa de la contaminación lumínica de este lugar. Más a la derecha, tras una pinada, comienza a alzarse Casiopea mientras, la Osa Mayor desciende con ese círculo que sigue con su centro en la Polar. 


  Me he dormido emocionado en lo que mañana encontraré registrado en la memoria USB. Comienza a amanecer y tras asearme y sentirme completamente espabilado, corro al ordenador para insertar la memoria USB del registro de la noche. El procesado supondrá el 50% del trabajo, es algo que parece mágico. Primero elaboro un apilado (junto) las 50 tomas de 300 segundos cada una en una sola imagen. Después, poco a poco, con distintas herramientas iré rescatando esa imagen para configurarla, para darle realidad. Tras varias horas en tensión, emocionado espero el resultado y…

  • ¡Aquí estááá!


   Ese mundo real, ese espacio escondido entre las estrellas de nuestra galaxia aparece grandioso en la pantalla de mi ordenador y me deja perplejo por su inmensidad.

¡Cómo es de hermosa la imagen que contemplo!  



DATOS: Nebulosa de emisión en la constelación de Cygnus.

Deneb es la estrella que ilumina esta nebulosa.

Se calcula una distancia a la Tierra de unos 1800 años luz.


EQUIPO: 

-- Telescopio astronómico Ascar FRA400 (Quintuplete 72mm)

-- Tubo de guiado SvBony 

-- Cámara astronómica ASI 294 MC Pro

-- Cámara planetaria ZWO ASI 120 mm Mini (Para el tubo guía)

-- Filtro Optolong L-Pro (Para la contaminación lumínica)

-- Montura ecuatorial EQ6R PRO

-- Ordenador astronómico ASiair Plus

-- Enfocador automático ZWO EAF




Fofografía del autor.


Manolo Ambou Terrádez

miércoles, 1 de mayo de 2024

REFLEXIONES ASTRONÓMICAS

 
M42 nebulosa de Orión


CIELO MIRADO Y 
ADMIRADO

Toda mi vida ha estado vinculada a la naturaleza y por ello, he mirado ese cielo cambiante que nos envuelve y solo se deja ver en la noche con poca luna y exenta de nubes. Claro.
Cuando obtuve unos prismáticos no tardé en dirigirlos hacia las estrellas. Aprecié con más detalle agrupaciones de brillantes astros, las mismas que hace miles de años orientaron las personas en sus rutas nocturnas por mar y tierra o las situaban en las diversas estaciones anuales.

Galaxia Espiral M31 de Andrómeda, con un diámetro de 220.000 años luz,
visible a simple vista, se encuentra a 2,5 millones de años luz de la Tierra.


Crecí y me regalaron un telescopio reflector de 1000 mm con cierta calidad, pero no disponía de trípode con cabezal motorizado que siguiera la rotación de la tierra. La observación de sencillas agrupaciones estelares o de las Pléyades, Andrómeda u Orión, era incómoda. Se escapaban.

Pasó el tiempo y mi curiosidad y afición por la fotografía no disminuían. Me equipé con un pie ecuatorial que posibilitó la fijación de los objetos celestes y tras largas exposiciones, la cámara capturó nuevas imágenes de ese cielo tan querido y admirado.
Gracias a la tecnología que, a veces hace realidad los sueños, pude saber de estos elementos de extraordinario tamaño y belleza. Están escondidos entre las estrellas de nuestra galaxia y pese la contaminación lumínica he podido admirarlos, así que me he lanzado a esta aventura apasionante.

IC1848 Nebulosa de emisión del Alma en Casiopea a 7500 años luz,
con unos tamaño de unos 200 años luz.


El cielo se mueve y cambia de aspecto según la época del año. Bueno, es la Tierra quien se mueve en su recorrido planetario. Tambien los objetos celestes cambian de posición constantemente.

Pero el cielo es mucho más grande de lo que aparenta y encontrarlos no es nada fácil.
Salvo la galaxia Andrómeda y la nebulosa Orión, que se aprecian a simple vista, para los demás cuerpos dependeremos de la publicación de su posición por astrónomos profesionales. Necesitaba un listado con sus ubicaciones para orientar adecuadamente el equipo fotográfico.

Nebulosa planetaria IC-5148 La Nebulosa del Capullo de 15 años luz de anchura,
a 4.000 años luz de nuestro sistema solar.


La caza de los entes del cielo profundo ahora se ha simplificado. Como os decía, la tecnología ha facilitado estos encuentros.

Aunque soy consciente de ser un simple aficionado en la fotografía astronómica no dejo de practicarla. Comienzo a conseguir imágenes que, probablemente, mejoraran conforme pase el tiempo.

IC1805 Nebulosa de emisión Corazón, compañera de Alma,
con un tamaño de unos 300 años luz.
.

Cuando atrapo nebulosas escondidas y de bajísima luminosidad entre los millones de estrellas (200.000 / 400.000) de nuestra galaxia o restos de polvo y gas de las explosiones de estrellas moribundas como super novas, o material que comienza a concentrarse para formar nuevas y, con largas exposiciones consigo rescatarlas de la oscuridad aparente del cielo profundo, la emoción me invade.
Fotografiando la fauna y la flora, descubriendo nuevas (y anheladas) especies en la inmensidad de la sabana o la boscosa selva, también siento esa emoción, pero es diferente.

La caza en el firmamento aporta entes extraordinarios en forma, color, dimensión.... que desbordan la sensibilidad humana. Algunas galaxias lejanísimas superan en tamaño la Vía Láctea. Entre ellas se perciben espacios visualmente vacíos que aún confirman mejor la inmensidad del cosmos.

Galaxia M82, galaxia M81 Bodes y la M51 a la derecha.
A unos 12.000.000 años luz.


Mi limitada óptica las caza, pero son muy pequeñas, casi infotografiables, no obstante, las veo y me turban. Son hermosas.

Para conocerlas con más detalle, de momento, dependo de la extraordinaria óptica del telescopio espacial Hubble, que orbita en el exterior de la incómoda atmósfera terrestre. (1990)

Me alegro de estar viviendo esta nueva experiencia, de los conocimientos que poco a poco voy adquiriendo respecto a la astronomía. Los que me conocéis ya sabéis que soy curioso y que me ha gustado ( y sigue gustándome) hacer realidad mis empeños.

Fotos del autor  (A la espera de acumular más horas de exposición)

Manolo Ambou Terrádez








lunes, 5 de febrero de 2024

VALLE BLANCO y MER DE GLACE



Un descenso de esquí singular


Era un día soleado, espléndido. Esquiábamos en la estación de Courmayeur, en el Valle de Aosta, (Alpes italianos, al pie del Mont Blanc.) Dos días antes habíamos detectado en su cumbre la clásica masa nubosa, (en argot montañero, el asno), que anunciaba la llegada de mal tiempo a los tres días siguientes, así que era la última oportunidad que disponíamos para realizar el descenso soñado: del Valle Blanche y la Mer de Glace hasta Chamonix.

25 km de descenso sauvage (salvaje).


El asno del Mont Blanc

Era medio día y habíamos terminado de impartir las clases a las socias y socios del club de Esquí Valencia.


Un pequeño grupo con alto nivel de esquí (Emilio y David Solana, Pilar Delgado y mi compañera Pilar Álvarez), se habían unido a la aventura proyectada por Carlos Durán, Nicolás Gil y un servidor. 

  



El tiempo lo teníamos muy justo. Rápidamente acudimos al primer teleférico, que junto con dos trasbordos más, nos subirían hasta el Refugio Torino, a 3375 m.

Atravesamos, el solitario y en aquel momento vacío refugio, y salimos a la cabecera del Vallée Blanche.

Ante nosotros teníamos las Catedrales de los Alpes. El mayor espectáculo alpino que probablemente se pueda admirar.  Extraordinario lugar donde se realizaron las mayores aventuras de alpinismo en el monstruoso macizo granítico.




A nuestra derecha, se alzaba agudo y arrogante el Dent du Géant (El Dente del Gigante), con sus 4013 m, a la izquierda, la enorme masa del Mont Blanc de Tacul con sus 4248 m, que en parte ocultaba al propio Mont Blanc, con sus 4805 m., más adelante, la aguda Aiguille du Midi con sus 3842 m, con su torre de comunicación y desde donde partían varios descensos de esquí. La lejanía imposibilitaba apreciar a los esquiadores, que seguro descendían el glaciar.


De izquierda a derecha: Pilar Delgado, Emilio Solana, Nicolás Gil, David Solana, Manolo Ambou, Pilar Álvarez, Carlos Durán.


Por debajo del Diente del Gigante, de lado y algo escondidas, las míticas y temidas Grandes Jorasses. Pero aún no había terminado aquella visión alpinista, faltaba la Aiguille du Dru, que con emoción esperaba contemplarla desde la Mer del Glace.


Entusiasmados, nos calzamos los esquís y empezamos el descenso por aquella nieve polvo de excelente calidad.

Me he quedado el último adrede, para controlar cualquier adversidad. Para mi sorpresa, el primer problema lo voy a tener yo mismo; mis esquís no se deslizan correctamente, se me ha quedado pegada la nieve en la suela y no patinan adecuadamente. Mis compañeros se han detenido para agruparnos. Cuando los alcanzo les comunico la incidencia y la solución que de inmediato la resolverá: frotaré las suelas con cera roja (es la idónea para este tipo de nieve), pero cuando tras soltar las botas de la fijación apoyo el pie, la pierna se me hunde completamente en aquella nieve profunda. Quedé colgado con el pecho sobre los esquís. Una vez incorporado froté la cera, primero en el esquí derecho y luego en el izquierdo.

  • ¡Uh, qué nieve! - comentamos todos a la vista del descenso que nos espera.

Hay que controlar, especialmente, las grietas trasversales del glaciar para no caer en ellas. Algunas pueden estar ocultas por la nieve.

Tenemos ciertos conocimientos de glaciarismo, pero lo mejor será seguir (más o menos), las huellas trazadas por anteriores esquiadores, que seguro que han bajado con expertos y conocedores guías. Conviene recordar que es un descenso de esquí sauvage. 


Esquí salvaje fuera de pistas.


La nieve nos sumerge hasta las rodillas. Bajamos por la izquierda del glaciar. Hermosos, redondeados, suaves y rítmicos giros nos llevan por aquella contundente pendiente virgen. Todos intentamos firmar el descenso con una huella propia.



Poco a poco vemos cómo se va abriendo el hermosísimo valle. No podemos reprimirnos y gritamos de alegría ante aquella nieve tan estupenda y aquel paisaje tan singular (tantas veces descrito en nuestros libros de montaña.) De vez en cuando nos agrupamos para mirar hacia atrás. Qué huellas más admirables. 



Llevamos un buen rato cuando comenzamos a apreciar a los esquiadores que descienden de la Aiguille de Midi, Son aún pequeños puntitos que se nos unirán en la cabecera de La Vallée Blanche mucho más abajo.



A nuestra derecha, en la Aiguille Verte aparece una mole inmensa de granito. Se trata de la mítica e imponente Aiguille du Dru, con sus 3754 metros. Me quedo extasiado contemplando la inmensa pared que ha albergado tantos relatos, tantos dramas y tanta alegrías a expertas cordadas en sus intentos por conquistarla.




Terminamos de unirnos con los que descienden de la Aiguille du Midi. Las antes estupendas nieve y pendiente, se han transformado en un recorrido de nieve pisada, muy dura, casi hielo, de poca pendiente, que nos lleva por encima de la lengua del glaciar hacia el valle de Chamonix, sorteando las grietas laterales, ya muy bien marcadas. 




Utilizando paso patinador, aceleramos nuestra marcha hasta alcanzar una ruta que nos permita salir del glaciar: progresivamente se hace impracticable por las numerosas grietas y el caos de seracs en escandalosa cascada de hielo.



El camino asciende con cierta pendiente y lo subimos descalzándonos los esquís. A punto de concluirlo, vemos un buen grupo de esquiadores tumbados en las rocas, al sol, todos con apetecibles y refrescantes bebidas.
  • ¡Caramba! ¿Qué pasa, qué es esto? – dijimos llenos de
    envidia al ver aquella escena tan inesperada.

Ascendemos un poco más y pronto aparece la respuesta. En una pequeña y modesta casita de madera, equipada también con un limpísimo wáter, es donde venden los refrescos.

  • ¡Que buen acierto han tenido! - comentamos sedientos tras el gran descenso. 

A pesar de que nos viene algo justo para tomar el autobús no pudimos resistir la tentación. Nuestros apartamentos estaban en Courmayeur y teníamos que cruzar desde Francia (Haute-Savoie) hasta Italia (Valle de Aosta) atravesando el Mont Blanc por el túnel de 11’6 kilómetros. Nos rehidratamos y seguimos descendiendo hacia Chamonix. La ruta, aunque bien marcada no estaba exenta de problemas. Un alud había cubierto la ladera dejándola bastante incómoda por la acumulación de nieve muy irregular y con enormes bultos. 


Más adelante, el descenso se suavizaba (por lo que parecía un camino forestal), hasta alcanzar una pequeña estación de esquí que, al descenderla, nos llevó cerca de la parada del autobús, pero… acababa de partir el último. No tuvimos más remedio que tomar dos taxis. 


Como había vaticinado el asno del Mont Blanc, la climatología se estropeó progresivamente. Empezó a nevar suavemente, pero ya estábamos en casa.

Jamás olvidaremos aquella aventura ¿verdad que no, compañeros y compañeras? (y conste que fue un mes de abril de hace 38 años).


NOTA: Al intentar incorporar un plano situando nuestro recorrido, y comentándolo con esquiadores que me han informado, incluso con Nicolás Gil que ha repetió el recorrido años después, he quedado horrorizado del enorme retroceso que ha sufrido el glaciar de Mer del Glace en su longitud y espesor, puede que cerca de un centenar de metros en el grosor del hielo. Por ello para salir de la cavidad del glaciar de regreso a Chamonix están instalando una telecabina, que evitará la enorme escalera imprescindible para salir de allí.

Y aún hay quien niega el cambio climático.

Lo siento.


Fotografías del autor.


Manolo Ambou Terrádez

martes, 19 de diciembre de 2023

MI ENCUENTRO CON PLÉYADES


UN POCO MÁS DE ASTRONOMÍA


Es otra noche oscura, sin nubes ni luna. El cielo brilla con su propia luz, sin el reflejo de la contaminación lumínica. No hay luz humana artificial, generalmente mal orientada, desacertada...

En el monte hace frío. Una suave brisa roza mi rostro. He acampado al aire libre. Hago vivac. No me gusta dormir cubierto mientras no haya riesgo de precipitaciones atmosféricas. Dentro del saco de dormir, acogido por el suave y ligero plumón, contemplo el cielo a través de un espacio abierto ante mis ojos. Temo dormirme en mi relajante inmovilidad pese a los desesperados meteoros que, brillando, atraviesan el espacio con más o menos duración, dependiendo de su masa. Pero esto es solo un regalo extra del cielo. Centro mi atención en descubrir la geometría de las constelaciones que tengo ante mí y que dan vueltas al eje polar. Pero esta noche hay muchísimas estrellas que casi las ocultan. El cielo está más bien blanco, aprecio muchas más estrellas que nunca. Hace muchos años que no contemplaba un cielo tan luminoso, me emociona, hasta me da escalofríos esta extraordinaria visión. Estoy algo turbado.


Esta situación emocional me trae recuerdos de juventud junto a mi abuelo: es verano, estamos recostados sobre un montón de paja en la era del molino, cubiertos con una manta, contemplando el firmamento en aquel valle de Mira. 



El molinero se admiraba de lo que debería haber allí en lo alto, tan lejos, con aquellas marcas brillantes que parpadeaban de forma picarona, incitándonos a que habláramos de ellas. ¡Que silenciosas se mostraban tantas noches ante la indiferencia de gran parte de la humanidad!

Pero nosotros les hacíamos caso, las admirábamos.  

Más tarde, en mi afición por el montañismo, en muchas ocasiones me orientaron. Me acompañaban. Las conocía.

Ya entonces soñaba en una noche como esta para mirarlas con un telescopio. Con una óptica adecuada, me pasearía entre ellas para apreciar aquellos cúmulos estelares que se agrupan especialmente en la banda más brillante que recorre el cielo, en la Vía Láctea. El Camino de Santiago, que decía mi abuela.

Y ese día llegó, algo tarde, pero llegó. Era una noche de diciembre muy fría. Estaba solo con un modesto telescopio reflector de 1000 mm. Ya había orientado su montura al norte, hacia la estrella polar y ahora, podía realizar un seguimiento manual sin que se me perdiera el objeto elegido.


El inmenso cielo estrellado nos confunde a la hora de dirigir nuestro telescopio. Hay tantas maravillas escondidas entre las estrellas.

Después de unos inciertos paseos por el cielo, pues no sabía dónde dirigirme ante tal cantidad de estrellas, opté por conducirlo a una graciosa y pequeña constelación, pero con gran personalidad, que mi querida abuela llamaba Las Cabrillas. La constelación que casi se aprecia mejor de reojo que si le dirigimos fijamente la mirada. 

Se trataba de la M45 Pléyades, Las siete hermanas, una agrupación estelar abierta muy bonita formada por estrellas jóvenes. A simple vista solo se aprecian siete estrellas, pero al mirarla con el telescopio me sorprendió.


Pléyades o Las siete hermanas, este cúmulo estelar que contiene estrellas calientes muy jóvenes en la constelación de Taurus a 444 años luz de la Tierra.

La tenía ante mi ojo brillando potentemente entre numerosas estrellas más pequeñas. Solo conocía el nombre de su estrella central superior, Electra.


Estaba fascinado. Había entrado en otro mundo. Poco después cambié de ocular y dirigí el telescopio a una pequeña zona donde aprecié multitud de estrellas muy pequeñas y muy próximas unas de las otras. Repetí mi acción con un tercer ocular, el más potente, y se multiplicaron enormemente en aquel diminuto espacio del cielo. Me separé del telescopio y contemplé el resto del firmamento. Dirigí la vista hacia los cuatro puntos cardinales y comenzaron a temblarme las piernas. Estaba emocionado. Aquella observación me había dejado más pequeño respecto a la realidad, mucho más pequeño de lo que hasta ahora creía. Desde aquel momento, el infinito estaba más lejos para mí, mucho más lejos.

Ya no pude desprenderme de aquel hechizo y trato de plasmar en fotografías (mi gran afición), aquellos hermosos rincones del espacio de las frías noches de atmósfera limpia. 

Posteriormente averigüé que tipo de tecnología se requería para realizar el seguimiento a los diferentes objetos celestes que, fielmente, aparecían conforme avanzaban los meses del año.


Y por fin, ya equipado, llegó el momento de iniciarme en ese mundo del cielo profundo. Los objetos a los que me refiero, únicamente podremos descubrirlos y fotografiarlos tras largas exposiciones de muchas horas de imágenes apiladas. Solo telescopios profesionales con óptica de grandísima luminosidad lo harán posible.

Una montura ecuatorial motorizada que gira a la velocidad del cielo, (bueno, quien gira es la Tierra), una cámara astronómica capaz de enfriar al sensor diversos grados bajo cero en largas exposiciones, un tubo guía con una pequeña cámara (también astronómica), conectada a un ordenador que corrige los fallos de seguimiento de la montura ecuatorial, permitiendo así

exposiciones de cientos de segundos, y uno de mis objetivos habituales para capturar la fauna.

El ordenador astronómico busca el objeto elegido y nos deja todo a punto para comenzar la sesión fotográfica. Necesitará varias horas hasta recoger la tenue luz que emiten los entes del cielo profundo. Después, poco a poco, aparecerán las imágenes maravillosamente escondidas entre las estrellas: galaxias, nebulosas y cúmulos estelares.

Pero aún no he terminado. Falta procesar todas estas tomas. Es muy técnico, muy complicado, requiere el aprendizaje y manejo del programa astronómico mencionado, el cual ha de: apilar todas las imágenes capturadas, eliminar deformaciones atmosféricas y conseguir la nitidez y el color real de cada elemento sin gradientes que lo deformen.

Yo aún soy un novato, pero poco a poco voy aprendiendo y obteniendo mejores resultados. 

Envenenado y prisionero por mi curiosidad, ahora he quedado embriagado para siempre. 


Buenas y oscuras noches, amigos.


Fotografías del autor.


Manolo Ambou Terrádez