Durante nuestra visita a la India decidimos
acercarnos al noreste, a ese país de las montañas, donde se encuentra el techo
del mundo, Nepal.
Nuestro objetivo primaba por visitar su
ciudad más grande, Katmandú.
Queríamos conocer de cerca sus ancestrales y
características construcciones, formadas por templos y palacios budistas e
hinduistas en la zona vieja, no occidentalizada.
Al aterrizar en su modesto aeropuerto al
este de la ciudad, quedamos impactados por su contraste. Apreciábamos dos
estilos arquitectónicos, unos tradicionales y otros occidentales, enfrentados
ante una ciudad que nos situó, en parte, en el medievo.
Los edificios tradicionales estaban
construidos con ladrillo y acabados con grandes voladizos de madera, soportados
por artesanales tallas, al igual que las puertas y ventanas.
Aquel día celebraban alguna fiesta. Todo el
mundo participaba. Sus habitantes, el colorido de sus vestidos y su alegría
inundaban las calles, plazas y ventanas.
Se trataba del Gai jatra “Carnaval de las
vacas”. Una tradición de origen
religioso y muy antiguo que se celebra en todo el Valle de Kathmandú.
Sacerdotes, músicos y bailarines acompañaban
a los familiares de los muertos de ese año, representados con unas altas
figuras ricamente engalanadas con telas de colores, con la fotografía del
fallecido y culminadas por los cuernos de una vaca, que en la cultura
hinduista, es un animal sagrado, porque ayuda a las almas de los difuntos a
cruzar el río sagrado Vaitarani, en el camino de partida a su nueva vida.
Venían por todas las calles alegremente,
sumándose por el camino, para unirse y
seguir conjuntamente en un recorrido prefijado, que pasaba por los principales
lugares de culto de la ciudad.
Su origen procede de la forma que tenían los
reyes para contabilizar los fallecimientos de sus súbditos en ese año.
Todos los lugares estratégicos estaban
tomados por los visitantes y curiosos, como nosotros, para contemplar esta
fiesta.
Nosotros, elegimos una excelente atalaya, al
subirnos en las escalinatas del templo hinduista de Nyatapola, junto a los
leones, elefantes y águilas que lo guardan. No era un funeral, era una
auténtica fiesta muy jovial.
Poco después, paseando, nos dimos con la
vivienda donde reside la diosa viviente Kumari.
Es la representación de la diosa Talejú, que se elige entre niñas de cinco años, pero dejará de ser diosa cuando, por cualquier motivo, sangre por primera vez.
Es la representación de la diosa Talejú, que se elige entre niñas de cinco años, pero dejará de ser diosa cuando, por cualquier motivo, sangre por primera vez.
La plaza Durbar, la principal de la ciudad, está repleta de edificios antiquísimos de
madera, muy particulares, como la casa Karthamamdap, de donde le viene el
nombre a la ciudad. Fue construida de madera de teca, de un solo árbol, en el
siglo XVI.
El templo de Jagannth, el templo de Talejo y
muchas antiguas construcciones más le daban un particular estilo lleno de sabor
a aquella urbe. Respirábamos historia, la antigüedad de un pueblo distinto al
nuestro, al occidental.
No podíamos pasar por Kathmandú sin
acercarnos a Bhaktapur, para contemplar su famosa Estupa, donde sus devotos daban vueltas en el sentido de
las agujas del reloj, para generar un gran beneficio, bajo los grandes ojos del
monumento y los de los monos vigilantes, mientras sus fieles hacen rodar los cilindros
de las oraciones.
Todo aquello nos envolvió en un sueño
atávico.
Pero al sur de la ciudad a la otra horilla
del río Bagmati se encuentra la ciudad de Patan, la “ciudad de los mil tejados
dorados” posiblemente la ciudad budista más antigua del mundo. Artesana,
hermosa, se decora con innumerables bahals y templos. La ciudad de las bellas
artes de aquel valle.
Destaca extraordinariamente también su plaza
Durbar, con sus templos de tejados superpuestos y elaborados artesonados.
Francamente hermosa.
Pero esta sencilla descripción de mis
recuerdos, está motivada por la actual tragedia que seguramente ha destruido la
ciudad junto a la mayoría de los templos.
No se habla de Patán pero sospecho que se integra en el terremoto de
Katmandú.
La mayoría de los seres humanos no llegamos
a comprender lo insignificante que es
nuestro tiempo en la Tierra, nuestra vida. Esto lo describen muy bien algunos
jefes indios americano cuando dicen:
¿Qué
es la vida? Es el vuelo de una luciérnaga en la noche, el aliento del búfalo en
invierno, la débil sombra que se pierde sobre la pradera en la puesta de sol.
Es
el breve tiempo de la débil luz que emite la chispa al saltar del fuego en la
hoguera.
Muchos pueblos se han instalado sobre las uniones de las placas tectónicas, sin saber o asimilar que la Tierra esta en movimiento y por lo tanto, periódicamente e inevitablemente, estos lugares son y serán sometidos por las mismas catástrofes una y otra vez. Pero el hombre, empecinado, desecha el tiempo en su efímera vida, y vuelve a reconstruir su mundo sobre los mismos lugares ya desgraciados. El apego es muy grande y todo se repetirá.
Mientras tanto, la placa de la India, después de separarse de
África, lentamente, se sumerge bajo del Himalaya, tres centímetros anuales,
elevando cada vez más esta grandiosa cordillera en temblorosos movimientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario