lunes, 31 de enero de 2022

ESQUIANDO a 38º bajo cero.






COMO EN UN HORNO


Era enero de 1985 cuando impartía clases de esquí a un grupo de alumnos, socios del Club de esquí Valencia, en aquella época uno de los más grandes, si no el mayor club de Europa.

Estábamos en la estación alpina de Valmorel (Francia). Como era el último día de estancia en la estación, decidí llevarlos al punto más alto de las pistas, donde se encontraba una atractiva pista negra (máxima dificultad). El nivel de los alumnos era avanzado y pensé que sería una práctica adecuada para finalizar allí aquel curso de una semana.



Pretendía demostrarles la capacidad que ya habían adquirido  para descender fuertes pendientes con soltura y mayor seguridad .


Aquella temporada, Europa sufría una verdadera Dana (Depresión Aislada en Niveles Altos). En esta estación y en la misma población de Valmorel, llegamos a alcanzar -25ºC bajo cero.


Con mis excelentes alumnos.

Una simpática orquesta contratada por el propio ayuntamiento tocaba por las calles e incluso en la parte baja de las pistas de esquí. Además de animarnos las fiestas, una anécdota curiosa: los instrumentos de metal estaban cubiertos con vendas para evitar que los dedos y manos desnudas de los músicos quedaran pegadas peligrosamente a los instrumentos por la baja temperatura. 


Volvamos a la esquiada.


Aquel día, mientras ascendíamos (con distintos remontes) hasta el Col du Mottet, a 2.403 m. aún en la cabina, noté que se me enfriaban los pies cosa rara pues calzaba unas botas de alta gama y nunca con ellas había sentido esta sensación. Algo extrañados, todos dábamos golpes en el suelo con los pies tratando de recuperarlos.


La ascensión finalizaba en telesilla (tal y como muestra la foto). En aquel momento no había ningún esquiador en la pista. Un silencio total nos envolvía. En aquel lugar no hacía viento, pero arriba, en el collado, se notaba una fuerte ventisca que hacía ascender chorros de nieve volando disparados hacia el cielo.


Habíamos cambiado a una telesilla.....

Al finalizar el recorrido, un empleado del remonte salió de su refugio para ayudarnos y aproveché para preguntarle la temperatura que teníamos allí arriba.


— En este momento -38º, pero hace cinco minutos -40º— Me dijo encogido en su grueso plumífero y protegido los ojos con su gafa de ventisca.


El viento allí arriba, a sotavento, era muy fuerte, le calculé F 7 (en la escala de Beaufort, unos 60 Km/h) y además traía consigo un granicillo como arroz que me golpeaba las mejillas que, sacrificadamente no llevaba cubiertas para que mis alumnos pudieran oír mejor mis indicaciones.


Al advertir el gran problema que supondría el descenso por esa otra vertiente, ordené a mis alumnos que se protegieran en la pista por donde habíamos ascendido. Teníamos que evitar esta inaguantable ventisca.

—¡Hala, hala, hala, rápido, rápido!—les gritaba con insistencia para que se resguardaran en aquella otra cara de la montaña.


Una vez estuve seguro de haber enviado a todos mis alumnos por delante mío, con mi mano enguantada sobre la mejilla izquierda para protegerme de aquel grano tan doloroso y a paso de patinador seguí unos metros por la arista para descender luego tras mis muchachos, realizando giros con freno salto, adecuados para aquella fuerte pendiente.




Estaban todos reunidos en aquel fuerte desnivel a unos treinta metros por debajo. Parecían pajarillos en un nido mirando hacia arriba mi descenso. Los noté extrañados, pero aún no sabía por qué.  Pronto lo sentí y me di cuenta.


Al llegar junto a ellos, sufrí una extraña sensación: noté una ola de calor tan grande que creí quemarme, parecía como si hubiera entrado en un horno. Pero, sin darle más importancia, inicié el descenso seguido de mis alumnos un buen tramo. Sin perderlos de vista, memorizaba algunas pequeñas correcciones que les indicaría cuando nos detuviéramos. Habían ganado mucha técnica. Estaba orgulloso de sus avances. Los veía muy seguros, con buen estilo, esquiaban con elegancia…


Los felicité: — muchachos, esquiando así sois un ejemplo para esta estación, fijaros cómo os miran. Estais dejando a la gente pasmada. ¡Bien! — y les mostré mi pulgar muy orgulloso.



El autor demostrando a los alumnos la técnica adecuada.


Debido al frío y a pesar de llevarla bajo la ropa, la cámara no funcionaba. Me vi obligado a quitarle la pila y, tras calentarla unos segundos en mis manos desnudas y reinstalarla rápidamente, solo conseguía realizar un par de disparos seguidos y tenía que repetir la desagradable acción. Desesperante, pues el paisaje era hermoso.


Ya en la estación, comentando lo sucedido, un compañero sacó una tabla de sensaciones térmicas donde comprobamos la sensación de frío aumentada por la velocidad del viento, y de esta forma nos enteramos que habíamos estado a -65º de sensación térmica en el collado y al protegernos a sotavento a solo -37º. La sensación en que pensé que ardía fue por este motivo.


Todas las fotografías que ilustran este relato, como ya sabéis, fue imposible hacerlas in situ, así que algunas son adaptadas.

Manolo Ambou Terrádez 






8 comentarios:

  1. Extraordinaria vivencia para los que solo podemos presumir de haber hecho el Camino de Santiago. Un abrazo Manolo.

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    1. Bueno, ya conoces mi filosofía: solo se vive una vez. Un abrazo.

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  2. Ese viaje fué en el que volvimos hasta Valencia con aún una capa de nieve en el techo del autobús. Y las botellas de agua dentro del autobús con el agua hecha hielo. Hubo muchos autobuses que no pudieron ni siquiera salir de las estaciones de esquí porque no arrancaban por el frío.

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    1. No arrancaban porque no conocían el aditivo anticongelante para el gasóleo. Nosotras, desde hacía años, aleccionamos a nuestros estupendos conductores. Lo mismo que equipaban a los vehículos con neumáticos adecuados. Así que alcanzamos Tarragona, con la carretera cubierta de nieve y hielo sin ningún contratiempo en nuestros autobuses. Éramos un club de esquí con mucha experiencia.

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  3. Espectacular. Ya lo creo que me acuerdo de ese viaje.

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  4. Yo también estuve allí, aún tengo frío y eso que tan solo iba por las pistas verdes o azulillas. Aprendimos a tener frío y a esquiar sobre "hielo", lo del frío lo superé, pero lo de esquiar también, sin entrar en detalles. Nos has hecho volver a más de cuarenta años, Manolo éramos más jóvenes.

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    1. Efectivamente: son vivencias en la vida que nos aportan experiencias inolvidables que nos enriquecen.

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