EL FIN DEL MUNDO
Uno de los viajes
más sorprendentes y escalofriantes que he realizado hasta la fecha ha sido mi
navegación por el estrecho de Magallanes rumbo al “fin del mundo” el Cabo de
Hornos.
Visitar la Patagonia
sin conocer la Tierra de Fuego es incompleto. Navegando por el estrecho de
Magallanes y ese caótico y complejo recorrido por sus senos y canales que nos
transportan hasta el Fin del Mundo, nos permite por ello percatarse de esta
parte de la tierra tan al sur enclavado en el Continente Americano.
Navegamos con el Stella
Australis por este paso milagroso que unió el Atlántico con el Pacífico
descubierto por Fernando de Magallanes hacia el 21 de agosto de 1520. Con nuestra imaginación creemos ver las columnas
de humos y la luz de las hogueras encendidas por los nativos en las orillas, en los asentamientos,
e incluso dentro de las pequeñas embarcaciones de corteza de guindo sobre los cascotes
de mejillones.
Debió ser curioso
e impactante para aquellos atrevidos marineros, y por ello le denominaron "Tierra
de humos", nombre que luego se
modificó como "Tierra del Fuego".
Para comunicarse
con el Pacífico, este canal evitó descender a los 50º Sur, que más tarde demostró
ser el punto de navegación más peligroso de la Tierra.
Dejando atrás
Punta Arenas, conforme penetramos por esta ruta, comenzamos a ver un paisaje
muy agreste, culminado por neveros colgantes y sus correspondientes glaciares
que descendían entre frondosos bosques que alcanzaban las propias aguas de
estos mares.
La ausencia total de carreteras, por este caótico
paisaje, nos confirmaba la imposibilidad de realizar nuestro viaje de otra
forma nada más que navegando por este canal que separa la isla Grande del
continente americano.
Nos imaginamos
los intentos fallidos que debieron sufrir aquella pionera expedición, recorriendo
con sus pesadas y poco gobernables embarcaciones los numerosos canales que
terminaban sin salida, hasta que dieron con el Pacífico.
El silencio es
absoluto…… la superficie de estas aguas…… la soledad total. Respiramos un aire sin contaminación alguna…. puro. En
todo el recorrido solo nos hemos encontrado con un pesquero faenando y un
edificio de la guarnición chilena en una de sus orillas.
En forma
intermitente nieva o aparece la niebla, las nubes cubren las montañas y el
espeso bosque, creando mayor intriga.
Esta selva fría
de Magallanes, está compuesta por diversos árboles: lengas, notros, guindos, canelos, coigüe Magallánico, auténticos héroes de la flora,
que luchan permanentemente con los fuertes vientos, la lluvia, la nieve,
comprimidos unos con otros, adoptando su forma a los elementos.
Sobre una pequeña
isla se agrupan colonias de cormoranes reales, y bajo de ellos, colgados en pequeñas
cornisas anidan los cormoranes de cuello negro, más pequeños y de esta forma
más defendidos.
Pero a sotavento
de la isla, en una playa de cantos rodados toman el tímido sol que se escurre
entre los volátiles copos de nieve un pequeño grupo de pingüinos patagónicos,
de Magallanes; por fin los tengo ante mí, jamás los había visto.
Proseguimos
nuestra navegación ahora al Este, por el Seno Almirantazgo, hasta llegar a las
inmediaciones del glaciar Marinelli en la bahía de Ainworth.
Sobre un bloque de
hielo a la deriva descansa una pareja de patos vapor.
Desembarcamos en
una pequeña playa y ante nosotros, para no molestar, de lejos contemplamos un inmenso
macho de elefante marino de 6 metros y 4 toneladas, que dormita.
Los ostreros, con
su elegante pico rojo, buscan los mejillones entre las piedras.
Pero algo nos
llama enormemente la atención. Numerosos árboles han sido talados, y no por el
hombre. Pronto los vimos apilados formando presas. Son los castores, que fueron
traídos de Canadá, ahora plaga.
No son nada
abundantes las playas donde apreciamos esta vida, los frondosos bosques
prácticamente alcanzan las aguas por este seno.
Nuestra
embarcación es visitada por petreles gigantes, que vuelan sin aparente
esfuerzo, buscando carroñas en la superficie del agua.
Los patos vapor,
se apartan de nuestra trayectoria incapaces de volar, remando enérgicamente con
sus alas.
Sigue
envolviéndonos el silencio del paisaje, solo roto por el silbido del viento.
Hemos salido al
Pacifico, no tan pacífico, y rápidamente hemos vuelto a penetrar por los
canales en busca de protección en el Brazo Noroeste del Canal de Beagle.
Más adelante,
fondeamos ahora tranquilos ante el glaciar Pía. Sus dos brazos transportan las
nieves y los hielos del pico que le da nombre, en la cordillera Derwing,
enfrentándose en el agua.
El brazo de la
izquierda, más agresivo, baja en caótica cascada de seraks, para romperse
bruscamente sobre las aguas, con espectaculares caídas de enormes bloques de
hielo, acompañados de desgarradores crujidos y chapoteo en las aguas.
El de la derecha
desciende más suave y transporta gran cantidad de piedras, formando oscuras morrenas.
No duró mucho el
buen tiempo. Proseguimos por el brazo noroeste del Canal Biguel, entre niebla….
nieve…. viento y lluvia.
Continuamos
nuestro periplo ahora por la Avenida de los Glaciares. Muy atentos, porque
pronto aparecerá el España y le seguirá en Romanche, Alemania, Italia, Francia
y el Holanda.
Los grandes
bloques de hielo azulean, a pesar de la poca luz que les alcanza, pues está
cayendo la noche.
Amanece…. El mar
está tan quieto que no nos lo podemos creer…. una balsa de aceite. Termina de
nevar, la nieve cubre la isla con un fino manto blanco. Una lejana nube rumbo
al Este, sigue dejando caer su cortina blanca. Una isla oscura…. Fantasmagórica….
se alza ante nosotros. Estamos ante la Punta Espolón, donde se encuentra el
mítico Cabo de Hornos, el Fin del Mundo.
Con cierta prisa
y alegría, lanzamos las neumática al agua, para aprovechar esta feliz
tranquilidad del punto navegable más peligroso de la tierra, que ahora está
dormido.
No hay puerto alguno
y tras saltar a las rocas de la orilla ascendemos por una larga escalera hasta
el faro, 57 m sobre el mar. Este faro,
regido por una familia perteneciente a la armada chilena, es el más austral de
los tres grandes cabos continentales.
Saludamos a los
regidores del faro y sin perder tiempo, subimos hacia el monumento erigido en
la isla, para conmemorar el “Quinto Centenario del Descubrimiento de América”.
Aparentemente no
hay árboles en la isla, pero me equivoco. Al acercarme a lo que parecen
matorrales, compruebo que sí que lo son. Enanos, retorcidos, se entrecruzan
para soportar juntos los fortísimos vientos y meteoros; parecen bonsáis.
Una escultura de
hierro representando a un albatros se alza al final del camino y poco antes, en
una placa de mármol leemos un poema de Sara Vial, que nos emociona.
“SOY EL
ALBATROS QUE TE ESPERA EN EL FINAL DEL MUNDO.
SOY EL ALMA
OLVIDADA DE LOS MARINOS MUERTOS
QUE CRUZARON
EL CABO DE HORNOS
DESDE TODOS
LOS MARES DE LA TIERRA.
PERO ELLOS NO
MURIERON EN LAS FURIOSAS OLAS,
HOY VUELAN EN
MIS ALAS, HACIA LA ETERNIDAD,
EN LA ÚLTIMA
GRIETA DE LOS VIENTOS ANTÁRTICOS”.
Doblar el Cabo de
Hornos es para cualquier marino una auténtica hazaña, un hito.
Aquí se cruzan
las corrientes del Océano Pacífico y la del Atlántico, en un duelo de titanes.
La Cordillera
Andina y la Antártida forman un embudo con vientos dominantes del Oeste
conocidos como los 40ª rugientes y los
50º aulladores que
superan a menudo los 100 km/h. Vientos constantes, incansables, incapaces
de detenerse, pues no hay tierras que los interrumpan.
Estamos en la latitud 56º Sur en este Mar de Hoces, donde se enfurecen notablemente los elementos
cuanto más al sur naveguemos.
Aquí, el fondo marino
asciende bruscamente lo que origina corrientes de direcciones contrarias,
formando gigantescas olas de 20 y 30 m de altura con imprevisible dirección.
Todos estos
motivos, en muchas ocasiones, hacen ingobernables las embarcaciones,
especialmente los veleros. Pero si esto no es suficiente hay que añadirle los
fantasmagóricos icebergs procedentes de los inmensos glaciares de la Antártida.
Hoy día sigue siendo el más importante punto de navegación deportiva en el
planeta, por su gran peligrosidad.
Por todo ello,
allí abajo, donde excepcionalmente hoy la superficie de este mar nos da excepcionalmente
su cara amable, en el fondo, se encuentran unos 900 naufragios. Es espeluznante
ver la carta marina.
La tradición
marinera concedió a todo navegante que doblara este cabo, que tuviera como un derecho
máximo llevar un aro o pendiente en la oreja izquierda, ya que los otros dos
cabos del Océano Austral, claves para “todo lobo marino”, eran los de el Cabo
de Nueva Esperanza (punta sur de África) y el de Leeuwin, en el extremo sur de
Australia, correspondiente a dos aretes más.
Así que un marino con dos aretes en la oreja
izquierda y otro en la derecha representaba, y aún hoy representa, haber dado
la vuelta al mundo.
Curiosamente, estos
tres aretes daban el privilegio de permanecer cubiertos ante un rey y orinar
contra el viento; curioso derecho.
No estuvimos
mucho tiempo en este punto, pues el mar estaba cambiando por momentos y
debíamos escapar de la isla, y de aquel infierno marino que comenzaba
enseñarnos por momentos su verdadera cara. Ahora tomamos rumbo Nornoroeste para
alcanzar el resguardo en el puerto de Ushuaia, la ciudad más austral del mundo,
en la Tierra de Fuego, en Argentina.
Los albatros gigantes, esas inmensas aves pelágicas de cerca de cuatro
metros de envergadura, las aves voladoras más grandes de la Tierra, volaban
entre las aún incipientes olas con extraordinaria e incomprensible velocidad, sin mover
siquiera una pluma, a la vez que el fantasmagórico Cabo de Hornos se alejaba a
nuestra popa, dejándonos un inevitable escalofrío por nuestra espalda.
Fotografías firmadas, del autor.
NAVEGANDO POR EL
CABO DE HORNOS:
https://youtu.be/oL8WUp0niJk
Manolo Ambou Terrádez
Precioso relato de Tierra de Humos o de Fuego, que tantas ganas da visitar. Gracias por acercarnos un poco a ese lugar y enhorabuena por el viaje Manuel.
ResponderEliminar¡Que bonito Manolo!. Precioso relato que la mayoría nunca llegaremos a vivirlo. Un fuerte abrazo.
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