Ahora circulaba por la carretera hacia Valencia, entre el lago y la
Marjal, esa franja de arena repleta de pinos que lo protege de los vientos
del mar Mediterráneo, creada en su día por la concentración de posidonia y
las arenas que los temporales cerraron este trozo de mar convirtiéndolo en un lago y desalándose lentamente por los aportes de agua dulce proveniente de los barrancos, torrentes y nacimientos que confluyen en esta área.
Un par de siglos antes el lago tenía unas dimensiones mucho mayores,
pero los campesinos fueron aterrando las aguas para convertirlas en
cultivables, especialmente en arrozales, quedando reducida hoy día a 2800 ha. La genial novela de Vicente Blasco Ibañez "Cañas y barro" describe estupendamente esta transformación.
El lago de la Albufera con una de las matas, durante el eclipse solar (10/5/1994) |
Pero en su interior existen
pequeñas islas de vegetación (Las Matas), compuestas por espadaña y carrizos. En
ellas anidan la mayoría de las garzas y tras ellas, según la dirección de los
vientos, se protegen la mayoría de anátidas durante el día, después de haber
comido por la noche en los arrozales.
Eran las seis y media de la
mañana, aún de noche cerrada, cuando la embarcación de la guardería,
nos llevó hasta un hide instalado en el borde de
una de las matas.
Nada más saltamos de la
embarcación, regresó al hangar. No debían vernos las aves que pronto
llegarían hasta aquel reducto del lago.
Nuestra misión era realizar censo
de las aves y tomar imágenes de ellas.
Grupo de azulones. |
Una tímida luz del amanecer iluminaba
el cielo, cuando comenzaron a llegar numerosos bandos de anátidas que
amerizaban ante nosotros con fuertes chapoteos.
Aún estaba oscuro y no podíamos distinguir las especies. Las aguas del lago se tornaban plateadas por momentos y en ellas, numerosísimos bultos se movían de aquí para allá, a la vez que un clamor de sonidos por los chapoteos y el parpar de aquellas anátidas.
La luz, in crescendo, comenzaba a descubrirnos las distintas especies de
anátidas que descansaban ante nosotros. Unas dormían con las cabezas sumergidas
entre las plumas; otras se bañaban y cuidaban, engrasándoselas, para
impermeabilizarlas; otras se desperezaban aleteando fuertemente, levitando sobre el agua; otras se perseguían parpando; diversas especies se
agrupaban y nadando cambiaban de emplazamiento; y seguían llegando bandos
sin parar a aquel santuario.
Frente a nosotros, en la otra
orilla de una mata, se podían apreciar las siluetas negras de algunos cormoranes (Phalacrocorax carbo), lo mismo que garzas reales (Ardea cinérea),
como si montaran guardia, al fin y al cabo, ellas tomarían las matas para
anidar.
La repentina presencia de algún Aguilucho lagunero (Circus aeruginosus) planeando sobre las
anátidas, provocaba que algunas saltaran del agua para cambiarse de lugar, y
demostrarle con ello que se encontraban fuertes y sanas, y que tampoco estaban
heridas por los disparos de los empecinados cazadores.
Ahora, ya con mejor luz,
comenzamos a distinguir las especies: Ánade
reale o Azulón (Anas platyrhynchos),
que lucían los machos sus cuellos tornasolados, por los cuales les viene el
apodo de “Coll verts”; Pato colorado
(Netta rufina) , con su tupé sobre la
cabeza de plumas erizadas rojizas; Pato
cuchara (Anas clypeata), de picos
planos y más anchos. Estos eran los que en aquel momento se encontraban allí,
en aquel reducto del lago. En ciertas temporadas se contabilizaron más de
25.000 ejemplares.
Ante nosotros teníamos unos
cuantos miles de aves que cubrían aquellas escondidas aguas, protegidas de los
humanos en aquel lugar reservado para ellas.
Macho de pato colorado (Natta rufina) |
Como fotógrafo de naturaleza era un sueño. Estas enormes agrupaciones solo las había podido ver con el telescopio terrestre desde la carretera del Palmar, pero a esa distancia no era posible realizar ninguna toma con detalle de aquella concentración de anátidas.
Ahora, mi vídeo tomaba sus
movimientos y la cámara de fotos se alternaba realizando tomas estáticas de
aquella impresionante fauna.
Fueron pasando las horas hasta
que cayó la tarde y comenzaron a saltar de las aguas en bandos y por especies,
para acudir a los inundados rastrojos de los arrozales y buscar su
necesario alimento, y a salvo de las furiosas escopetas, que comenzarían sus
disparos poco antes del amanecer, a oscuras aún, sin luz, imposible distinguir
por ello las especies protegidas de las autorizadas para cazarse.
Debíamos esperar a que aquellas
se fueran por completo, y eso sería al hacerse completamente de noche, a eso de
las 8h PM.
Pescador navega con su albuferenc |
Contento con nuestro sacrificio,
regresábamos ahora a nuestras casas, para recuperarnos de aquel periplo. Y en mi mente y en mi memoria aparecía aquella frase que adopté desde hace ya mucho
tiempo “NO SE PUEDE AMAR LO QUE NO SE CONOCE”.
Fotos del autor.
Manolo Ambou Terrádez
Fotos del autor.
Manolo Ambou Terrádez
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