EN LOS ARROZALES
Cuando
aprieta el invierno, y especialmente, cuando parte de Europa se cubre de hielo
y nieve, muchas especies de aves se embarcan en una migración obligada hacia el
sur, buscando mejor clima.
Esos
enormes recorridos requieren de unas estaciones para descansar y alimentarse, y
aunque algunas especies muy exigentes no se conforman con el humedal reina de
nuestra península, el Parque Nacional de Doñana, terminan saltando el estrecho
al continente africano.
Pero
antes habrán hecho escala en La Camargue francesa, Parque Natural dels
Aiguamolls, Parque natural del Delta del Ebro, en los humedales de Almenara, en
la Marxal Dels Moros en Sagunto, en el Parque Natural de la Albufera de
Valencia, en las Salinas de Santa Pola, o también, en el interior, como el
Parque Natural Tablas de Daimiel. Magnífico rosario de humedales, que como
auténticas estaciones, cobijan en sus aguas a multitud de aves residentes y viajeras.
Acequia y arrozal en la Albufera de Valencia. |
Este
año, al cubrirse de blanco tantos territorios de Europa, por el fuerte
temporal, algunas aves, como las avefrías, que se alimentan de esa fauna que se
aloja a pocos centímetros de la superficie de la tierra, como las lombrices, se
ven obligadas a venir a zonas cálidas de España, en los campos labrados, donde
pueden alimentarse, como en los humedales, donde también encuentran protección.
Esta
especia se me había resistido en varias ocasiones, por falta del adecuado
equipo fotográfico y también por no tener la oportunidad de verlas.
Era
el momento. Sabía que ya habían llegado algunos grupos, que sumaban unos mil
ejemplares. Se las había visto por los rastrojos de los arrozales, ahora
inundados, entre El Perelló y la Muntanyeta
dels Sants.
Así
que, sin más pérdida de tiempo, tomé el coche y “armado” con la mayor óptica
que disponía, unos mil doscientos milímetros en total, partí dispuesto a
recorrer la red de caminos de acceso a los múltiples arrozales, la mayoría
inundados, por donde bajaban algunas asustadizas anátidas y los buceadores
cormoranes. De vez en cuando, como vigilantes, las garzas reales no perdían ojo
al vehículo, y salir volando al menor intento de detenerlo.
Un
trazo horizontal muy claro a lo lejos, me reveló un buen grupo de flamencos,
que, a unos doscientos metros de la carretera, descansaban protegidos por el
agua.
Eran
preciosos, y aunque ya disponía de fotografías sacadas algunos años antes, no
pude reprimirme y apoyando el teleobjetivo en la base de la ventanilla del
acompañante, disfrute de verlos así, más de cerca, mientras tomaba de paso
algunas fotografías.
Pero
mi objetivo de esa mañana eran las avefrías (Vanellus vanellus), así que continué para buscarlas.
Pronto
localicé un buen grupo volando, inconfundibles con otras aves, por lo que me
dio esperanzas. Ahora comencé a circular por caminos circundantes a la
carretera, menos transitados, buscando los campos no inundados, donde las
podría encontrar buscando alimento en el barro.
Era
muy difícil acercarme a ellas, sin que volaran. Debía encontrar la más “tonta”,
alguna que me permitiera sacarle un buen plano y engrosara mi listado de fauna
del país.
Por fin di con un pequeño grupo más confiado.
Sus plumas más obscuras tornasoladas, brillaban con reflejos verdosos, cuando
los rayos del sol conseguían zafarse de las nubes. Paradas como estatuas
observaban el barro completamente atentas, a cualquier movimiento de algún ser
vivo entre el fango. De repente, con un correteo muy rápido cambiaba de
posición. De vez en cuando picoteando el suelo para capturar su presa.
Era
mi ocasión tan esperada. Estaban a tiro de mi cámara, que comenzó a capturar
las primeras imágenes de esta especie tan deseada. Lo había conseguido.
Poco
después descubrí un bando de aves oscuras, algo más grandes, con el pico
curvado y largas patas, que pasaron sobre mí. Se trataba de moritos (Plegadis falcinellus), así que tomé los
caminos que me acercaron al fangal donde se habían posado.
Bando de moritos. |
Parecían
negros, pero conforme me acercaba a ellos, apreciaba tonos rosados y verdosos,
también con brillos tornasolados como las avefrías. Rebuscaban con sus picos
curvados en el fango. Me acerque muy despacio, con el motor apagado, impulsado
solo por la inercia, con la intención de aproximarme lo más cerca posible, para
detenerlo suavemente antes que notara alguna actitud de desconfianza.
Morito (Plegadis falcinellus) |
Varios
bandos de limícolas volaban a mucha velocidad, describiendo cambios de tono en
el cielo, cada vez que modificaban su dirección. Pero cuando se posaban
desaparecían de golpe, por sus libreas de auténtico camuflaje. Combatientes,
correlimos.
Por
el cielo volaban también cormoranes, completamente negros, con sus cuellos
extendidos, uno detrás del otro.
Pero allá en lo lejos, en los campos, unos
enormes revuelos de aves blancas seguían a dos tractores que fangueaban,
removiendo el barro con sus ruedas especializadas.
Garcetas,
garcillas, garzas reales y todo tipo de gaviotas, como locas, pillaban todo ser
vivo que se movía en el fango: cangrejos, anguilas y otras especies que no
conseguí distinguir.
Pero
ahora advertí que, a unos ciento cincuenta metros de las aves, un fotógrafo se
les acercaba equipado con un pequeño teleobjetivo. En eso, apareció un
todoterreno de la guardería del parque. Al verlo le llamaron la atención y le
pidieron que regresara. Así lo hizo, pero cuando llevaba medio centenar de
metros, los flamencos salieron volando a su espalda, creando una nube blanca y
rosa, que eclipsaron en un instante el cielo azul donde miraba.
Un retazo del enorme bando de 5000 flamencos en vuelo. |
Ante
mí tenía un espectáculo grandioso, que por estar en vuelo tal cantidad, superó
a los que había conocido en Kenia, en el lago Nakuru, o en Tanzania en la taza
volcánica del Ngorongoro, pues allí, en ningún momento, llegaron a volar tan
enorme grupo.
Eran
unos cinco mil flamencos que llenaban completamente mi visor, captando solo
pequeñas porciones de aquella rosada nube. Hubiera necesitado un gran angular,
pero no lo llevaba.
Estaba
emocionado, y la cámara también, por que no paraba de disparar. Me temblaban
las piernas. Cuando desaparecieron en la lejanía, acudí a los forestales para
comentar nuestro extraordinario avistamiento.
Efectivamente:
ellos también habían calculado unos cinco mil flamencos.
En
la Albufera, y a lo largo de todo el año, suelen verse un grupo de unos cien o
doscientos ejemplares, que se alternan entre este humedal y otro más pequeño,
situado cerca de Sagunto, la Marjal dels
Moros, a unos treinta kilómetros al norte; ¿Pero tantos?
Seguramente
se trataba de un gran bando procedente de la Camarga francesa o del delta del
Ebro que descansaban, para proseguir hacia el sur, hacia el Parque Natural
Salinas de Santa Pola, o mucho más al sur, a “Sancta Sanctorum” de los parques
europeos, Doñana.
Ahora,
aun impresionado, llamé a mis amigos para comentarles aquel lance fotográfico,
que ya nunca olvidaré.
Fotografías del autor.
Manolo Ambou Terrádez
Conseguiste la avefria, y ademas bien pillada.
ResponderEliminarInteresante el articulo.
Saludos.
Manolo, créeme que al leer y mirar me quedo más en lo leído que en lo visto. has hecho un buen trabajo fotográfico pero el literario me puede pues; cierro los ojos recordando lo escrito y no puedo evitar ver un cielo fantástico lleno de vida y color. Gracias amigo.
ResponderEliminarSi Sinarref: Las fotos son solo para endulzarlo, pero nunca podré ponerlas con más calidad, ya que me las roban, o utilizan sin mi permiso. Es una lástima no mostraros en ellas todo su esplendor que tienen en algunas ocasiones. Un saludo.
ResponderEliminarMuy buen reportaje Manolo . Si no dices que es la Albufera de Valencia pensaria que es algún lago africano. Tenemos que conservar y cuidar lo que tenemos y la mayoría ni lo conocemos.Gracias amigo.
ResponderEliminarBravo, felicidades y gracias.
ResponderEliminarMuy buen reportaje. Una gran muestra de lo fabulosa que es la Albufera de Valencia. Haces que la apreciemos un poco mas cada vez que publicas algo sobre sus características. Gracias Manolo.
ResponderEliminarNo m'estranya que et robin les fotos.
ResponderEliminarY, en efecto, nos ha gustado leerte. Mucho.
Estupendo Manolo, exposiciones de fotos colgadas sería una buena opción y un contacto más directo con la gente, pero claro, un sistema más caro.
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