martes, 10 de enero de 2023

KARNAK






EL GRAN TEMPLO


  Mi compañera Pilar y yo, en 1992, tuvimos el acierto de visitar uno de los centros arqueológicos más grande de la historia antigua de la Humanidad. Me refiero a al-Karnak, الكرنك, "ciudad fortificada", llamada en el Antiguo Egipto Ipet sut, "el lugar más venerado".


  Personalmente, estaba acostumbrado a emocionarme en mis encuentros fortuitos con la historia del hombre primitivo. Sucedía a través de fragmentos de construcciones o sencillas herramientas encontrados al abrigo de alguna cavidad en aquel momento explorada. Pero esta interesantísima visita iba a potenciar nuestra afección por la antigüedad. Podríamos admirar la extraordinaria colección de enormes monumentos, de multitud de grabados, escritos y frescos que, como un gran libro de historia, nos iban relatando los sentimientos y pareceres de aquella cultura milenaria instalada en las orillas del majestuoso río Nilo.



   Siguiendo Nilo arriba, al finalizar una gran curva del río, en su margen derecha, por donde nace el sol8 apareció ante nosotros el complejo monumental de Luxor (del árabe al-ʾuqṣur (الأقصر), "los palacios"), antigua metrópolis de Tebas, la ciudad homérica de las cien puertas. Aquí se encuentra KARNAK.



   Nos encontramos ante el templo más grande de Egipto, construido entre el 2200 y el 360 a.C. 

Los orígenes de este templo se atribuyen a la familia real de la Dinastía XIIIª, tres generaciones de Tutmose, la faraona Hatshepsut. Tres generaciones más de Amenofis, Akenatón y Tutankamón fueron las principales responsables de la continuidad de estas obras. También Horemheb, los faraones Seti I, Ramsés II, Ramsés III. Igualmente, Alejandro Magno y los reyes tolomeos que gobernaron Egipto después de su muerte… contribuyeron en restauraciones o menores construcciones. 

Desde el comienzo de la egiptología y el descifre de los jeroglíficos, Karnak ha ofrecido un fascinante material para los arqueólogos. Igualmente, fue (y sigue siendo), una de las Maravillas del mundo.


Volvamos.



   Nos encontramos en la puerta noroeste. Cuarenta esfinges con cabeza de carnero nos invitan a penetrar al interior del templo dedicado a Amen Ra, dios de Dioses. Estamos en el conjunto arquitectónico más fastuoso de Egipto. 




A continuación, entramos en un patio lateral abierto al exterior donde encontramos una hilera de estatuas asociadas al
faraón Ramsés III. Esta extraordinaria obra fue completada por Ramsés II, quien colocó a la entrada su colosal figura.




   Al acceder a la gran sala Hipóstila quedamos sobrecogidos. Talmente estábamos en un bosque de piedra rodeados por ciento treinta y siete columnas en un espacio de 6.000 m.

Eran gruesas, la parte superior acababa con capiteles abiertos o cerrados. Los primeros imitan a la inflorescencia del papiro, los segundos a los capullos de flor de loto. Agrupados simbolizan la creación.




    Sostienen un techado plano donde aún podríamos apreciar el policromado de sus pinturas que, en su día, debieron cubrir
todas las columnas y paredes.




   En mi mente abrumada suena la composición musical La conquista del Paraíso (1992), de Vangelis (1943- 2022). Creo que es una banda sonora de muy buena elección.








   Las paredes que albergan esta sala (antiguamente sólo usada por la aristocracia y prohibida para el pueblo llano), describen con su arte momentos extraordinarios: acontecimientos históricos, ceremonias y procesiones de impresionante belleza. Estamos asombrados. Hubiera sacado miles de fotos de los interesantísimos detalles de aquellas numerosas historias grabadas en la piedra, pero entonces aún era la época analógica y no disponía de tantos carretes.



  En el exterior, todos los pilones que se elevaban ante nosotros también contaban mediante ilustraciones sus conquistas, como si se trataran de un libro de historia en piedra.

   La rapiña occidental y la tolerancia al respecto de algunos gobernantes egipcios, posibilitaron que diversos obeliscos (los más grandes, claro), acabasen en ciudades como París, Estambul, Londres, Roma, Nueva York, etc. Un adorno impagable. 


Actualmente sólo podemos contemplar en su lugar de origen los obeliscos de Tutmosis I y el de la faraona Hatshepsut  de  28,58 metros y 343 toneladas que es el más grande. Siempre se encontraban en parejas.

En sus grabados se cuentan los eventos más trascendentales de esta longeva civilización.


Ante el pilón construido por Ramsés II que conmemora la victoriosa y gran batalla de carros de guerra contra los hititas (Kadesh, en 1300 a.C.), se alza ahora un único obelisco, ya que el segundo está, desde 1800, en París, en la plaza de La Concordia.

Junto a éste, se encuentran unas magníficas estatuas de Amenhotep III.




   Pasear por este conjunto arqueológico, entre las obras de gigantescos faraones que han sobrevivido en tan excelente estado el paso de los siglos, nos sobrecoge enormemente.




      La tarde desciende. Ramsés II, protegido por el paciente y

tolerante dios Horus, espera la noche que cae sobre estas ruinas, ahora para siempre iluminadas, que se reflejan sobre su estanque sagrado.



   Regresamos por una larga avenida formada por más de un millar de colosales efigies de faraones que nos escoltan hacia el templo de Luxor, en la margen derecha del Nilo. 


No os lo perdáis.


Fotos del autor, dibujo de Pinterest.


Manolo Ambou Terrádez


13 comentarios:

  1. Me gusta muchisimo. Ojalá se haga realidad ese:"no os lo perdáis".

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  2. Gracias Manolo. Tenía ganas de ir, pero ahora tengo más.

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    1. Pues no te lo pierdas, que está muy cerca, y no solo con Karnak. ¡Ánimo!

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  3. No solo de montañas vive el hombre. Un abrazo.

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  4. Extraordinaria experiencia Manolo, gracias por compartir tus aventuras.
    Un abrazo.

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    1. Las aventuras no solo deben quedar como recuerdos, siempre algo más.

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  5. Reportaje precioso compañero.Un abrazo

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  6. Manolo!! Me encanta tu pasión!!, Gracias por el reportaje, coincido con Santos. Un abrazo y a por el siguiente...

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